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¿Sobrevivir o vivir?: Cómo la psicoterapia puede ayudar a un paciente con enfermedad crónica.

Marta García García
Col. M- 26434
Psicóloga Grupo NB Psicología

El concepto de sobrevivir viene definido por la RAE como: “Seguir existiendo después de la muerte de alguien, de la desaparición de algo o de un suceso”.
No podemos obviar que a lo largo de la vida de una persona aparecen diferentes barreras o dificultades. La pérdida de empleo, el fallecimiento de un familiar o una enfermedad, son situaciones ante las que podemos reaccionar desde la aceptación, el aprendizaje y el empoderamiento, o, por el contrario, podemos sentirnos desbordados, sin recursos e incluso derrotados.
Cierto es, que estas situaciones se presentan principalmente porque estamos vivos.
No obstante, ¿estamos viviendo plenamente?
“Vivir” tiene que ver con experimentar, disfrutar, saborear, comprender, aprender, quererse a uno mismo, amar, notar, entender y crecer con cada paso que vamos dando en la vida.
Así, la Organización Mundial de la Salud reconoce: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.
Precisamente este es uno de los objetivos que persigue la psicoterapia, que el paciente sienta que realmente está viviendo, que comprenda sus emociones y pensamientos, y, por lo tanto, está dirigiendo su vida por el camino que realmente desea.
Pero ¿qué ocurre cuando un individuo es diagnosticado de una enfermedad crónica?
Los pacientes que presentan una enfermedad crónica, tienen que hacer un hueco en sus vidas a una invitada inesperada que pone patas arriba su mundo y el de todos los que le rodean.
Es importante saber que tanto el paciente como la familia más directa necesita ayuda. Contar con herramientas adaptativas es fundamental para poder afrontar todos los cambios psicofísicos que se les vienen encima.
En este sentido, la psicoterapia pretende mejorar la calidad de vida del paciente crónico y de su entorno, que de forma más o menos inesperada, se encuentra ante un cambio de gran transcendencia para su proyecto vital.
Cuando un individuo recibe una noticia de este tipo, pasa por una serie de fases de carácter afectivo-emocional que en función de cómo se gestionen favorecerá o no el proceso de adaptación a la enfermedad y, por lo tanto, en última instancia, mejorará o empeorará a su calidad de vida.
Ante el diagnóstico de una enfermedad crónica es normal sentir pánico, confusión, negación, dificultades para tomar decisiones e incluso intensos sentimientos de decepción ante los profesionales sanitarios.
Durante el tratamiento, el sentimiento más común es la ansiedad.
Tras la finalización de este, pueden aparecer fuertes sentimientos de tristeza, ansiedad y enfado, pues es en este momento cuando se es totalmente consciente de los cambios y las pérdidas.  
Que el paciente tome un papel activo en su enfermedad es fundamental de cara a seguir un tratamiento eficaz, cumplir con las prescripciones médicas y prevenir complicaciones futuras.
Por todo ello, acudir al psicólogo puede ayudar a manejar la ansiedad, la tensión y los nervios. También, a manejar las preocupaciones y los pensamientos negativos. Además, facilitar la resolución de problemas y la toma de decisiones. Así como a experimentar, saborear y disfrutar conscientemente de las situaciones placenteras del día a día.
En definitiva, a no conformarnos con sobrevivir, sino a vivir plenamente.

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Olga García
Alumna Prácticas MPGS en NB Psicología

Hola, ¿qué tal?
Pues mira, la verdad es que me impresiona (sorpresa) que me preguntes porque últimamente me parece que soy insignificante (miedo) para mi jefa porque se pone muy furiosa conmigo (ira). Es muy repugnante cuando me grita (asco). Se me hace grande que toda la responsabilidad recaiga sólo sobre mí (tristeza). Aun así, me encanta (felicidad) mi trabajo.

¿No resulta raro obtener una respuesta así con una simple pregunta? Muchas personas preferimos contestar a esa pregunta con un “bien” y evitar entrar a identificar cómo estamos realmente. En parte por cultura o porque quizá no sea el momento oportuno.

Si una cosa he aprendido es que, si no se quiere, no se encuentra nunca el momento oportuno por cualquier excusa: “no sé”, “no me apetece”, “ahora no”, “no tengo tiempo” y que cuando contestamos con un bien o un mal, nos perdemos muchos de los matices que nos ofrece la gama de emociones y sentimientos.

En primer lugar, tendríamos que tomarnos un tiempo para dejarnos sentir y entender lo que nos pasa. Esto puede ser difícil si no le hemos dedicado tiempo antes. Por ello, uno de los primeros objetivos será ampliar nuestro repertorio emocional más allá de un bien y un mal. Para ello, podemos ponerle un color, una forma, una densidad, un peso, un tamaño, en qué parte del cuerpo lo sentimos… Una vez, identificada la emoción o mezcla de ellas, necesitamos escuchar lo que nos dicen. Y sí, las emociones nos hablan si las queremos escuchar. Pues nos informan de las necesidades que tenemos y nos mueven para conseguir cubrirlas. Muy probablemente no desaparezcan hasta que cubramos esas necesidades. Y es complicado si nos movemos e intentamos que una emoción desaparezca sin saber cuál es. Por ello, si queremos que una emoción, ya sea agradable o desagradable, desaparezca y de paso a la siguiente, tenemos que escucharla.

En la escena representada aparecen seis de las emociones básicas. A continuación, intentaré explicar y ejemplificar un poco mejor cada una de ellas y lo que nos intentan comunicar.

La tristeza nos dice que hemos perdido algo y necesitamos nuestro tiempo para recomponernos. Por ejemplo: un oso que acaba de salir de una pelea y la pantera le ha dado un zarpazo, tiene que recuperarse. Para ello, se va a una cueva apartada para llorar su dolor, lamerse las heridas y recuperar la energía necesaria para poder volver a luchar.

El miedo nos da la señal de alarma de peligro para que reaccionemos. Ante el miedo podemos actuar de varias maneras: paralizándonos en el sitio evitando el peligro y dejando que pase de largo; huyendo y salir corriendo; o si está ya muy cerca, defendiéndonos. Si pensamos bien, la mentira puede ser un ejemplo de cómo se expresa el miedo para defendernos, huir o quedándonos en nuestra zona de confort.

El enfado nos informa de que se han traspasado nuestros límites o los del resto. Los límites nos definen y definen lo que es nuestro. El enfado no es más que un aviso para defender con mayor fuerza y reafirmarnos o para replantearnos si verdaderamente lo que nos duele es nuestro o es de otra persona.

El asco nos protege de algo dañino o tóxico alejándonos de ello. Muchas veces sentimos disconformidad, repugnancia o aversión ante situaciones, personas o valores que consideramos que no nos van a beneficiar sino a dañar.  

La sorpresa avisa de que algo es nuevo, inesperado y desconocido por lo que por regla general nos confunde o nos motiva a conocer el mundo un poco mejor.

La felicidad nos invita a celebrar con la gente que nos quiere y queremos para unirnos aún más. Porque como bien es sabido: “la unión hace la fuerza”.

No es necesario llegar a responder como la protagonista de la escena representada. Pero con esta entrada, simplemente me gustaría ofrecer mi experiencia porque creo que es una de las maneras en la que podría ayudar a alguien que se identifique con esa frustración, confusión o abatimiento por no saber qué se hace con lo que sentimos.

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Vera Celada
Psicóloga en NB Psicología

Exigencia significa la acción y efecto de imponer o imponerse.  A nivel psicológico, podemos detectar que nos exigimos inadecuadamente cuando aparecen pensamientos como “tengo que…”, “debería…”, “no me puedo permitir…”. La base de esta exigencia es negativa: Sentimos que no estamos haciendo lo que tenemos que hacer y no cumplimos con lo que queremos y nos hemos propuesto.
Vivimos en un mundo en el que no paramos. Queremos mejorar y crecer a todos los niveles. Profesional y personalmente. Queremos llegar a todo y no fallar. En el mundo en el que vivimos, cada vez está mejor visto darlo todo por un objetivo. Ser el mejor. Admiramos a aquellas personas que persiguen sus sueños y lo consiguen, admiramos el sacrificio y la superación.
Queremos sentirnos bien, y pensamos, que cuando consigamos ese objetivo, seremos felices o nos sentiremos mejor con nosotros mismos. Pero, muchas veces, no nos damos cuenta del nivel elevado en el que nos movemos. El problema viene cuando tanta exigencia y tensión se acumula, no se gestiona adecuadamente y la ansiedad entra en escena. En ocasiones, lo que más nos afecta es la parte física: problemas digestivos, problemas en la piel, taquicardias repentinas…
A veces, vemos normal estar rindiendo a un nivel elevado. Muchas veces, hasta se ve mal no rendir a este ritmo y no entendemos por qué no podemos llegar a lo que hacíamos antes. Pensamos que “ahora es lo que toca” o “es el último empujón”.
Esto no quiere decir que a veces tengamos que rendir más y no lo hagamos, sino que hay que saber qué tipo de presión y hasta donde podemos llegar.
Muchas veces no nos damos cuenta de que nos hemos presionado demasiado. Yo me pregunto ¿Si nos rompiéramos una pierna, al día siguiente querríamos caminar? ¿Y por qué si nos rompemos a nivel emocional no lo vemos así? Muchas veces, lo asociamos más con “No he podido llegar a lo que quería” que con “Me he pasado al presionarme tanto”.
Me encuentro con muchas personas que sienten que es bueno ser exigente. Sí, es bueno querer dar lo mejor de uno mismo, pero igual que nos exigimos, debemos sentirnos bien y reforzarnos, tanto si hemos conseguido lo que queríamos como si no. Porque si solo funcionamos a base de exigencia siempre sentiremos que podríamos haberlo hecho mejor. Podemos empañar algo positivo y quedarnos con una sensación agridulce.
Querer mejorar, avanzar, es positivo. Pero debemos ser conscientes de que sea bueno para nosotros en todos los sentidos.  Si no decidimos con la cabeza y con el corazón (sí, con los dos), si tiramos solo de cabeza y exigencia sin saber parar, llegará un momento en el que el cuerpo pare por nosotros.
Muchas veces pregunto, ¿Qué pasaría si no te exigieras? Y muchas veces responden: “Todo sería un desastre, no haría nada”. ¿Realmente no hacemos nada si no nos lo exigimos? ¿Qué pasaría si pensamos que queremos hacer eso porque es bueno para nosotros y nos sienta bien? Por ejemplo, muchas veces hacemos ejercicio no por obligación, sino porque nos sentimos bien realizándolo. Pero si nos imponemos ir, lo haremos unos cuantos días y al siguiente dejaremos de hacerlo, porque no sentiremos que nos ayuda.
Tan importante es funcionar con exigencia como cuidarnos. Es imprescindible saber qué cosas son buenas para nosotros y llevarlas al día a día. Muchas cosas que nos planteamos como “obligaciones” son cosas que queremos hacer.
Y pensaréis ¿Pero si es bueno por qué no lo hago? Quizá debemos pararnos a pensar. Si no queremos hacer algo que es bueno para nosotros, ¿qué hay detrás de todo esto? Será bueno profundizar en lo que puede estar ocurriendo y tomar una decisión sobre si debemos seguir forzándonos o no, porque quizá no sea tan bueno para nosotros…
Y para terminar, os dejo con esta frase de Plutarco:
“El trabajo moderado fortifica el espíritu; y lo debilita cuando es excesivo: así como el agua moderada nutre las plantas y demasiada las ahoga”

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José Arcadio Buendía, el mítico personaje de García Márquez, nunca pudo entender el sentido de una contienda entre dos adversarios que estaban de acuerdo en los principios.
Quizá nos pueda parecer una obviedad el que las personas involucradas en algo conozcan las reglas de ese algo … Pero en la realidad, no siempre es así: a veces, nos embarcamos en dinámicas con los otros sin estar de acuerdo en sus principios…. al desconocerlos.

Diferentes teóricos señalan la naturaleza no racional y consistente en los patrones de las dinámicas mediante las cuales las personas se relacionan y lo infrecuente de que estas formas de relación sean precisamente lo que parecen, señalándose que tres de cada cinco interacciones sociales que se producen no son auténticas e íntimas, sino juegos. Las relaciones humanas tienen lugar a través de estos juegos: transacciones sencillas que se repiten a lo largo de la relación. Los juegos se podrían definir como intercambios complementarios al mensaje que se transmite, y que progresan hacia un resultado más o menos definido de la comunicación, siendo las motivaciones de los participantes, ocultas. Estos juegos, serían una vía indirecta para obtener de los otros beneficios afectivos o para expresar emociones socialmente castigadas de forma que parezcan legítimas, al no poderse expresar en ese momento de otra forma más adecuada.

En estos juegos, el drama comienza cuando se han establecido los roles, según el Triángulo Dramático de Karpman, así como las dinámicas de intercambio de estos roles. Estos roles son el Perseguidor, Salvador y Víctima:

– El rol de Perseguidor permite sentirse omnipotente, poderoso, especial, legitimado para dominar al resto. Desde él, se justifican las emociones negativas sentidas y lanzadas contra otros y permite imponer limitaciones a los demás a través de autoritarismo y opresión del otro, haciéndolo sentir inferior. Descubrir el error en el otro por parte del perseguidor, sitúa al otro jugador en un estado de inferioridad sobre él, y así el perseguidor se permite reaccionar con ira y volverse más exigente y crítico en las demandas hacia la otra persona.

– El rol de Salvador produce la percepción de ser importante, competente, fuerte, superior a la persona a la que se ayuda y protege por ser más débil, a la vez que superior al perseguidor del que se le protege, e incluso superior a todos los demás, que no hacen nada, que no salvan. En el rol de salvador, se ayuda, aunque esta ayuda no haya sido requerida, y supone, por tanto, dominancia sobre el otro, al igual que la ejercida por el rol de perseguidor, aunque más encubierta que esta.
– En el rol de Víctima, la persona se muestra desamparada y vulnerable. Sin embargo, suele culpar a otra persona -al perseguidor- a la par que coloca la responsabilidad de sus acciones a otra -el salvador-. El rol de víctima se ubica en la queja, colocando a la persona que juega este rol en una falta de resolución de las dificultades de su vida, volviéndola dependiente de salvadores que actúen por ellas, y de perseguidores a los que responsabilizar, logrando que otras personas tomen la resolución de su vida a la par que se eximen de cualquier culpa de sus acciones.

Todos los roles son intercambiables y una persona puede jugar uno en un momento y otro en otro. El problema de los juegos es cuando los roles son estables o anticipables por el resto de jugadores, los cambios en los roles desde los que nos relacionamos son rápidos y tenemos sensación de descontrol sobre la forma de relacionarnos con los otros, quedando un poso de malestar después de ello, y sin saber la razón por la cual nos hemos comportado de una u otra manera -al tomar uno u otro rol-.

La adquisición de las dinámicas que se producen en los juegos se produce durante nuestro crecimiento, en nuestro seno familiar, principalmente en los primeros tres años de vida, por observación y posterior participación en los juegos presentes en la familia, por ello, cuando se establecen no de forma temporal sino como forma de responder al entorno, se convierten en una fuente de malestar para la persona.

Para poder salir de los juegos es necesario tomar conciencia de nuestra forma de comunicarnos para explorar formas alternativas más directas y positivas de obtener afectos de los otros y poder desarrollar relaciones auténticas e íntimas. Solo desde esta toma de conciencia podremos conocer los juegos a los que jugamos, los roles en los que nos situamos, y las posiciones donde situamos al resto, y decidir con libertad si queremos seguir relacionándonos de tal forma, o si apostamos por una comunicación veraz y auténtica, en la que busquemos afecto y ayuda en el otro de una forma directa y sincera, recuperando el control sobre nuestras vidas y sobre nuestra comunicación.

Solo de esta manera sabremos si estamos de acuerdo con las reglas del juego que hemos impuesto, o si, por el contrario, apostamos por su cambio y, por tanto, por establecer relaciones más sanas, y de mayor calidad.

Pilar de la Higuera
Prácticum Máster en Psicología General Sanitaria

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