ESTOY BIEN PERO NO SÉ QUÉ HACER
Olga García
Alumna Prácticas MPGS en NB Psicología
Hola, ¿qué tal?
Pues mira, la verdad es que me impresiona (sorpresa) que me preguntes porque últimamente me parece que soy insignificante (miedo) para mi jefa porque se pone muy furiosa conmigo (ira). Es muy repugnante cuando me grita (asco). Se me hace grande que toda la responsabilidad recaiga sólo sobre mí (tristeza). Aun así, me encanta (felicidad) mi trabajo.
¿No resulta raro obtener una respuesta así con una simple pregunta? Muchas personas preferimos contestar a esa pregunta con un “bien” y evitar entrar a identificar cómo estamos realmente. En parte por cultura o porque quizá no sea el momento oportuno.
Si una cosa he aprendido es que, si no se quiere, no se encuentra nunca el momento oportuno por cualquier excusa: “no sé”, “no me apetece”, “ahora no”, “no tengo tiempo” y que cuando contestamos con un bien o un mal, nos perdemos muchos de los matices que nos ofrece la gama de emociones y sentimientos.
En primer lugar, tendríamos que tomarnos un tiempo para dejarnos sentir y entender lo que nos pasa. Esto puede ser difícil si no le hemos dedicado tiempo antes. Por ello, uno de los primeros objetivos será ampliar nuestro repertorio emocional más allá de un bien y un mal. Para ello, podemos ponerle un color, una forma, una densidad, un peso, un tamaño, en qué parte del cuerpo lo sentimos… Una vez, identificada la emoción o mezcla de ellas, necesitamos escuchar lo que nos dicen. Y sí, las emociones nos hablan si las queremos escuchar. Pues nos informan de las necesidades que tenemos y nos mueven para conseguir cubrirlas. Muy probablemente no desaparezcan hasta que cubramos esas necesidades. Y es complicado si nos movemos e intentamos que una emoción desaparezca sin saber cuál es. Por ello, si queremos que una emoción, ya sea agradable o desagradable, desaparezca y de paso a la siguiente, tenemos que escucharla.
En la escena representada aparecen seis de las emociones básicas. A continuación, intentaré explicar y ejemplificar un poco mejor cada una de ellas y lo que nos intentan comunicar.
La tristeza nos dice que hemos perdido algo y necesitamos nuestro tiempo para recomponernos. Por ejemplo: un oso que acaba de salir de una pelea y la pantera le ha dado un zarpazo, tiene que recuperarse. Para ello, se va a una cueva apartada para llorar su dolor, lamerse las heridas y recuperar la energía necesaria para poder volver a luchar.
El miedo nos da la señal de alarma de peligro para que reaccionemos. Ante el miedo podemos actuar de varias maneras: paralizándonos en el sitio evitando el peligro y dejando que pase de largo; huyendo y salir corriendo; o si está ya muy cerca, defendiéndonos. Si pensamos bien, la mentira puede ser un ejemplo de cómo se expresa el miedo para defendernos, huir o quedándonos en nuestra zona de confort.
El enfado nos informa de que se han traspasado nuestros límites o los del resto. Los límites nos definen y definen lo que es nuestro. El enfado no es más que un aviso para defender con mayor fuerza y reafirmarnos o para replantearnos si verdaderamente lo que nos duele es nuestro o es de otra persona.
El asco nos protege de algo dañino o tóxico alejándonos de ello. Muchas veces sentimos disconformidad, repugnancia o aversión ante situaciones, personas o valores que consideramos que no nos van a beneficiar sino a dañar.
La sorpresa avisa de que algo es nuevo, inesperado y desconocido por lo que por regla general nos confunde o nos motiva a conocer el mundo un poco mejor.
La felicidad nos invita a celebrar con la gente que nos quiere y queremos para unirnos aún más. Porque como bien es sabido: “la unión hace la fuerza”.
No es necesario llegar a responder como la protagonista de la escena representada. Pero con esta entrada, simplemente me gustaría ofrecer mi experiencia porque creo que es una de las maneras en la que podría ayudar a alguien que se identifique con esa frustración, confusión o abatimiento por no saber qué se hace con lo que sentimos.