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“Susana es una mujer de 36 años que trabaja como jefa de laboratorio en una empresa química. Desde hace un tiempo nota que se ha vuelto más escrupulosa. Siente a menudo que se puede contaminar y que puede contaminar a otros. Esto le obliga a lavarse las manos cada vez con más frecuencia, llegando a los 30 lavados diarios. En su trabajo manipula sustancias químicas peligrosas que justifican adoptar ciertas medidas de precaución. No obstante, reconoce que su cautela va más allá́ de lo razonable y acude a consulta psicológica precisamente porque teme que los demás puedan notar algo y considerarla rara, lo que podría impedir su promoción en su empresa. Cuando indagamos en su vida privada encontramos que esa cautela también se presentaba en casa: necesitaba lavarse las manos casi tantas veces como en el trabajo, la ducha duraba unos 30-40 minutos y debía seguir un orden concreto de modo estricto, cada lavado debía realizarse de un modo determinado para prevenir el contagio de gérmenes que podían quedar en el lavabo. En ocasiones los lavados debían repetirse más de lo habitual, hasta lograr una sensación de descontaminación completa. Lo que más le angustiaba era verse encerrada en una situación absurda: sabía que no se estaba contaminando con nada, pero le producía tanta ansiedad no lavarse que se veía obligada a ello, una y otra vez.” (Moreno, et al., 2008)

Como Susana, entre el 2-4% de la población global, presenta una sintomatología parecida a esta. Hablamos de TOC (trastorno obsesivo-compulsivo) un trastorno que afecta a la vida diaria de las personas que lo padecen y si bien es cierto que cursa con diferentes variantes, hay dos elementos que lo caracterizan: las obsesiones y las compulsiones.

Cuando hablamos de obsesiones hacemos referencia a aquellos pensamientos, impulsos o imágenes que, incurren de forma inapropiada e intrusiva, generando ansiedad o malestar. Todo ello debemos diferenciarlo de las conductas de preocupación cotidianas y que son compartidas por la mayoría de personas porque, aunque aparezcan de forma intrusiva, no son generadores de malestar y pueden controlarse.

Por otro lado, se presentan las compulsiones, es decir, comportamientos (ej:ordenar) o reacciones internas (ej:rezar) que tienen como finalidad reducir los niveles de ansiedad. Suelen ir relacionados con las obsesiones ya que es la forma que el paciente reconoce como más útil para poder rebajarlas y a su vez son el elemento que mantiene las obsesiones.

Dentro del trastorno obsesivo-compulsivo hay algunas modalidades que se repiten con más frecuencia en la población que lo padece, y que no se excluyen mutuamente, es decir, hay varias categorías que pueden darse a la vez. Las variantes que más se repiten son:
De limpieza: La persona que presenta esta variante tiende a realizar conductas de lavado de forma repetitiva como forma de reducir determinados pensamientos.
De orden o simetría: Suele ir relacionado con la idea de que si no se llevan a cabo determinadas conductas de orden o simetría (ordenar los elementos según ciertos criterios, no pisar determinadas baldosas), podría suceder un evento negativo cuyas consecuencias pueden ser irreversibles.
De repetición: Con el fin de evitar ciertos acontecimientos que se consideran catastróficos, estas personas tienden a repetir constantemente ciertas frases o conductas.
De comprobación: Por miedo a que suceda algo negativo, estos individuos necesitan llevar a cabo algunos rituales de comprobación e incluso necesitan de la reafirmación de personas de su entorno para asegurarse de que han realizado ciertos comportamientos.  
De acumulación: Se caracteriza por la necesidad de guardar gran cantidad de objetos ya que constantemente piensan en que en un futuro puedan tener utilidad.
Compulsiones mentales: No se trata de conductas visibles para los demás ya que suelen estar más relacionadas con los pensamientos (repetir frases o números) y que permiten reducir la ansiedad que generan las obsesiones.

El papel que juegan las familias en el caso de este trastorno es de gran importancia ya que ayudan a su entendimiento y normalización. Es un trabajo duro ya que acaba por afectar al funcionamiento normal de la familia, por lo que es importante el apoyo por parte de este núcleo fundamental de la vida de las personas.

Por último, es necesario señalar la dificultad que presentan estas personas a la hora de acudir a tratamiento. Son varias las investigaciones que afirman que la mayor parte de ellos tardan en torno a 7 años en pedir ayuda psicológica, por lo que en gran medida se acaba presentando una mayor dificultad para superarlo. Esto se debe a que muchas de las conductas que se adquieren, pasan a formar parte de su repertorio normal de comportamientos. Por todo lo anteriormente expuesto consideramos de gran importancia no tener miedo a pedir ayuda cuando se considera que un problema como este puede estar apareciendo.

Moreno, P., Martín, J., García, J. y Viñas, R. (2008). Dominar las obsesiones. Una guía para pacientes. Madrid: Desclée de Brouwer.
Lopez, T., Barrera, I., Cortés, J., Guinés, J. y Jaime, M. (2011). Funcionamiento familiar, creencias e inteligencia emocional en pacientes con trastorno obsesivo-compulsivo y sus familiares. Salud Mental, 34, pp.111-120.
Sánchez, M. Gómez, A. y Méndez, F. (2003). El tratamiento psicológico del trastorno obsesivo-compulsivo en Europa: un estudio meta analítico, Psicología conductual, 11 (2), pp.213-237.
García, G., Belloch, A. y Morillo, C. (2008). Sobre la heterogeneidad del trastorno obsesivo- compulsivo: una revisión. Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, 13, (2), pp. 65-84.

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Por Beatriz Benito Nieto

¿Cuánto tiempo dedicamos a nuestras emociones? ¿una vez al día? ¿una vez a la semana? ¿una vez al mes, al año? ¿o realmente las tenemos en cuenta cuando irrumpe algo en nuestras vidas que nos descoloca de nuestros hábitos cotidianos?
La mayoría de las veces éste suele ser el momento en que todo lo demás pasa a un segundo plano, y nuestros sentimientos cogen el lugar que les corresponde.

Tratamos a las emociones como “cosas que a veces sentimos”, pero que tenemos totalmente desplazadas y abandonadas, como si no tuviéramos necesidad de ellas, ni de cuidarlas y alimentarlas para que crezcan.
Solo cuando invaden nuestras vidas de modo virulento, saltan todas nuestras alarmas, y con ellas nuestro terror por no saber como gestionarlas. En esos momentos, las emociones ya no atienden a razones lógicas, por más que intentemos convencernos a nosotros mismos de que no deberían estar ahí.

Las personas somos auténticos expertos escapistas de las emociones. Ponemos en marcha todas nuestras habilidades para retrasar y evitar el enfrentarnos a ellas, reconocerlas y darles el espacio que se merecen. Pero no todas las emociones suelen ser rechazadas, dependen de cómo las juzguemos. Cuando las emociones son consideradas como positivas, las solemos aceptar, y ceder cierto espacio en nuestra vida. Sin embargo, cuando las catalogamos como negativas, la mayoría de las veces tratamos de unir todas nuestras fuerzas para intentar que desaparezcan, y así poder continuar con nuestra rutina.

Algunas emociones son más tolerables y fáciles de aceptar en uno mismo. Socialmente, ciertas emociones están muy valoradas y se refuerzan constantemente. Sin embargo, hay otras emociones que se niegan y rechazan explícitamente. O ¿es habitual encontrar a alguien que presuma de sentirse envidioso, culpable o humillado?
Desgraciadamente, no se nos enseña a expresar estas emociones, ni siquiera nos permitimos sentirlas, pero sí se nos insta a esconderlas o a actuar como si no existieran. Sentir las emociones, conectar con ellas, las convierte en nuestros sentimientos, y nos revela algo ignorado hasta entonces.

En nuestro temor por descubrir nuestros sentimientos, y que a su vez nos hagan sentir avergonzados por tenerlos o desbordados por su intensidad, obviamos que la solución para equilibrarlos es más sencilla de lo que parece. Reconocer nuestros sentimientos, aceptarlos, darles el espacio que necesitan, aprender a cuidar nuestra necesidad de expresarlos y compartirlos, nos lleva a trascenderlos y superarlos, fortaleciendo nuestra identidad, y permitiéndonos madurar y crecer desde una perspectiva más compresiva sobre nosotros. Pues lo único que calma la angustia, la soledad, el temor, el dolor, la culpa… es el mismo hecho de expresarlo y compartirlo, y comprendernos a nosotros mismos como personas que necesitamos que nos quieran tanto con nuestras virtudes como con nuestros defectos, por muy intolerables que los juzguemos.

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Se valora la capacidad del candidato para orientarse a unos resultados

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