¿SOMOS CONSCIENTES DE LAS EMOCIONES EN NUESTRA VIDA? ¿CONOCEMOS NUESTRAS EMOCIONES?
Por Beatriz Benito Nieto
¿Cuánto tiempo dedicamos a nuestras emociones? ¿una vez al día? ¿una vez a la semana? ¿una vez al mes, al año? ¿o realmente las tenemos en cuenta cuando irrumpe algo en nuestras vidas que nos descoloca de nuestros hábitos cotidianos?
La mayoría de las veces éste suele ser el momento en que todo lo demás pasa a un segundo plano, y nuestros sentimientos cogen el lugar que les corresponde.
Tratamos a las emociones como “cosas que a veces sentimos”, pero que tenemos totalmente desplazadas y abandonadas, como si no tuviéramos necesidad de ellas, ni de cuidarlas y alimentarlas para que crezcan.
Solo cuando invaden nuestras vidas de modo virulento, saltan todas nuestras alarmas, y con ellas nuestro terror por no saber como gestionarlas. En esos momentos, las emociones ya no atienden a razones lógicas, por más que intentemos convencernos a nosotros mismos de que no deberían estar ahí.
Las personas somos auténticos expertos escapistas de las emociones. Ponemos en marcha todas nuestras habilidades para retrasar y evitar el enfrentarnos a ellas, reconocerlas y darles el espacio que se merecen. Pero no todas las emociones suelen ser rechazadas, dependen de cómo las juzguemos. Cuando las emociones son consideradas como positivas, las solemos aceptar, y ceder cierto espacio en nuestra vida. Sin embargo, cuando las catalogamos como negativas, la mayoría de las veces tratamos de unir todas nuestras fuerzas para intentar que desaparezcan, y así poder continuar con nuestra rutina.
Algunas emociones son más tolerables y fáciles de aceptar en uno mismo. Socialmente, ciertas emociones están muy valoradas y se refuerzan constantemente. Sin embargo, hay otras emociones que se niegan y rechazan explícitamente. O ¿es habitual encontrar a alguien que presuma de sentirse envidioso, culpable o humillado?
Desgraciadamente, no se nos enseña a expresar estas emociones, ni siquiera nos permitimos sentirlas, pero sí se nos insta a esconderlas o a actuar como si no existieran. Sentir las emociones, conectar con ellas, las convierte en nuestros sentimientos, y nos revela algo ignorado hasta entonces.
En nuestro temor por descubrir nuestros sentimientos, y que a su vez nos hagan sentir avergonzados por tenerlos o desbordados por su intensidad, obviamos que la solución para equilibrarlos es más sencilla de lo que parece. Reconocer nuestros sentimientos, aceptarlos, darles el espacio que necesitan, aprender a cuidar nuestra necesidad de expresarlos y compartirlos, nos lleva a trascenderlos y superarlos, fortaleciendo nuestra identidad, y permitiéndonos madurar y crecer desde una perspectiva más compresiva sobre nosotros. Pues lo único que calma la angustia, la soledad, el temor, el dolor, la culpa… es el mismo hecho de expresarlo y compartirlo, y comprendernos a nosotros mismos como personas que necesitamos que nos quieran tanto con nuestras virtudes como con nuestros defectos, por muy intolerables que los juzguemos.