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Desde el “No es oro todo lo que reluce”, “De tal palo, tal astilla”, “El que calla otorga”, “El hábito no hace al monje”, “Del dicho al hecho, hay mucho trecho”. “El que no la debe, no la teme”, hasta el popular “Dime con quién andas y te diré quién eres”, entre otras muchas sabidurías populares, nos sirven no en pocas situaciones de la vida cotidiana, para interpretar la realidad y tomar decisiones de un modo determinado y rápido.
Quizás esto pueda parecer irrelevante, pero cuando valoramos de forma continua en base a este tipo de creencias y razonamientos sesgados, decidimos con una alta probabilidad de equivocarnos, y las consecuencias de tales decisiones pueden tener graves efectos sobre nuestra vida y la de los demás. ¿Qué sucederá si fuera un tribunal de justicia quien interpretara de forma sesgada que verdaderamente “Quien hace un cesto hace cientos” o que “Quien se excusa se acusa”?, o si nos viésemos involucrados en un proceso de selección de personal como candidatos, y el seleccionador se dejase arrastrar sólo por la primera impresión. Esto ya sí nos puede parecer un problema más preocupante ya que el resultado final podría verse afectado.
“Piensa mal y acertarás”
Constantemente nos vemos inmersos en un mundo que nos obliga a convivir y a relacionarnos con un infinito número de individuos de los cuales desconocemos absolutamente todo. No sabemos cuáles puedan ser sus intenciones hacia nosotros, y esto, de modo consciente o inconsciente puede hacernos sentir cierta inquietud, ya que un error de valoración podría incluso poner en peligro nuestra propia vida.
Para poder terminar con tanta incertidumbre y así tranquilizar nuestros instintos más básicos de conservación, nos volvemos expertos observadores y enjuiciadores del comportamiento ajeno, con el objetivo de poder encasillar lo que percibimos dentro de un determinado estereotipo social. Esto nos tranquiliza y hace sentir bien, pues genera en nosotros un plan de acción, que pudiera ser de acercamiento o huida.
Poder categorizar a otros individuos dentro de estereotipos no es otra cosa que un atajo de nuestra mente para poder tomar decisiones rápidas, especialmente útil cuando el tiempo apremia.
Estos esquemas mentales aúnan ciertas características prototípicas dándonos una visión correcta o no del sujeto que tenemos frente a nosotros, y es en este punto donde podemos caer en los errores de atribución y los sesgos de interpretación que nos pueden conducir a catastróficos e inesperados desenlaces cuando aceptamos tales interpretaciones no confirmadas con absoluta naturalidad, como si de verdades constatables se tratasen.
“Lo qué mal empieza, mal termina”
Si bien la sabiduría popular es un buen ejemplo de cómo unas determinadas creencias trasmitidas de generación en generación pueden servir como atajo cuando necesitamos interpretar de forma rápida y económica en recursos cognitivos una determinada situación, no es la única fuente de la que nos servimos a la hora de interpretar las intenciones de otras personas. Nuestras experiencias previas vividas en primera persona o aprendidas de forma vicaria a través de la experiencia de los demás, también nos sirven a la hora de emitir juicios o tomar decisiones.
Un ejemplo de esto sería, cuando tras un breve contacto inicial, sentimos malestar y falta de afinidad con alguien, o incluso, adivinamos mala intencionalidad hacia nosotros, guiados por ciertos rasgos del otro que nos resultan “sospechosos”.
Esta primera impresión puede hacer que nos mostremos con una actitud recelosa de la que es probable que, de forma consciente o no, el otro pudiera darse cuenta, lo que puede llevar a que la relación no comience con buen pie.
La sensación de tensión inicial, unida al propio convencimiento por experiencia de que “lo que mal empieza mal termina”, podría llevar a que no sólo no busquemos ningún tipo de solución a nuestras diferencias sino que además, podamos creer estar viendo continuamente señales de cómo el otro parece estar buscando el conflicto. Esto reafirmaría nuestra idea de que determinados rasgos del otro se encuentran claramente ligados a una actitud peligrosa de la que deberemos ponernos a salvo de ahora en adelante.
“Más vale prevenir que lamentar”
Sin embargo, aunque esta forma de procesar la información que nos llega de los demás puede resultar bastante útil en muchas ocasiones, no debemos pasar por alto que estos indicios podrían tratarse simplemente de sesgos de atribución que nos pueden inducir a emitir una respuesta interpretativa errónea en una situación puntual, es decir, que pueden llevarnos a cometer una equivocación que en el mejor de los casos nos confunda en un momento puntual de nuestra vida, haciéndonos cometer algún tipo de falta o injusticia a la hora de juzgar las intenciones del otro. O en el peor de los casos, que este fallo interpretativo suceda en diferentes situaciones de forma sistemática, tendiendo a interpretar y dar una respuesta idéntica ante situaciones o sujetos distintos.
Evidentemente, cuando esto último sucede con frecuencia podemos deducir nuestro juicio no funciona de un modo óptimo, y no resulta adaptativo puesto que distorsiona la realidad.
“Si es blanco y va en botija, leche fija”
Aunque parece un problema de sencilla solución, el hecho de dejar a un lado este tipo de inferencias donde los acontecimientos parecieran darnos la razón tantas veces como nos la quita, no lo es en absoluto, ya que en muchas ocasiones confirmamos que efectivamente el saber popular da la razón a la experiencia previa, reforzando unas creencias que nos son de gran utilidad cuando se trata de decidir de forma rápida, por lo que es absolutamente comprensible que sean tenidas en cuenta aun sabiendo que corremos un alto riesgo de equivocarnos.
Sin embargo, conviene no olvidar que para poder obtener una mayor precisión a la hora de emitir un juicio sobre otro individuo, será necesario poder manejar el mayor número de datos posibles de la otra persona. La cuestión es que precisamente la necesidad de utilizar estos atajos de la mente viene precisamente dada cuando carecemos de la información suficiente. Y es en este momento cuando buscamos en el baúl de nuestras experiencias previas las expectativas que tenemos al respecto, es decir, si encaja este sujeto con nuestro prototipo.
“Mañana será otro día”
Conocer nuestras zonas erróneas puede ayudarnos a llevar una vida más saludable desde un punto de vista psicológico, pero es necesario poder equilibrar el conocimiento de estos sesgos para por un lado reconocer cuándo nos ayudan en nuestras interpretaciones y cuándo nos condicionan, y así poder trabajar sobre éstas para lograr un estado de bienestar mental sin caer en el auto-engaño, ya que un sujeto con una realidad perceptiva mal construida cognitivamente, es decir, que interprete mal la realidad del mundo, tendrá serias dificultades para emitir juicios acertados y tomar decisiones correctas, lo que le conllevará a continuas confusiones, sufrimiento psicológico y desorientación en la comprensión del mundo que percibe como real, hasta el punto de poder sentirse constantemente solo e incomprendido por los demás.
Susana Rojas
Lectura recomendada:
“Daniel Kahneman, (2015). “Pensar rápido, pensar despacio” Editorial
DEBATE.