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José Arcadio Buendía, el mítico personaje de García Márquez, nunca pudo entender el sentido de una contienda entre dos adversarios que estaban de acuerdo en los principios.
Quizá nos pueda parecer una obviedad el que las personas involucradas en algo conozcan las reglas de ese algo … Pero en la realidad, no siempre es así: a veces, nos embarcamos en dinámicas con los otros sin estar de acuerdo en sus principios…. al desconocerlos.
Diferentes teóricos señalan la naturaleza no racional y consistente en los patrones de las dinámicas mediante las cuales las personas se relacionan y lo infrecuente de que estas formas de relación sean precisamente lo que parecen, señalándose que tres de cada cinco interacciones sociales que se producen no son auténticas e íntimas, sino juegos. Las relaciones humanas tienen lugar a través de estos juegos: transacciones sencillas que se repiten a lo largo de la relación. Los juegos se podrían definir como intercambios complementarios al mensaje que se transmite, y que progresan hacia un resultado más o menos definido de la comunicación, siendo las motivaciones de los participantes, ocultas. Estos juegos, serían una vía indirecta para obtener de los otros beneficios afectivos o para expresar emociones socialmente castigadas de forma que parezcan legítimas, al no poderse expresar en ese momento de otra forma más adecuada.
En estos juegos, el drama comienza cuando se han establecido los roles, según el Triángulo Dramático de Karpman, así como las dinámicas de intercambio de estos roles. Estos roles son el Perseguidor, Salvador y Víctima:
– El rol de Perseguidor permite sentirse omnipotente, poderoso, especial, legitimado para dominar al resto. Desde él, se justifican las emociones negativas sentidas y lanzadas contra otros y permite imponer limitaciones a los demás a través de autoritarismo y opresión del otro, haciéndolo sentir inferior. Descubrir el error en el otro por parte del perseguidor, sitúa al otro jugador en un estado de inferioridad sobre él, y así el perseguidor se permite reaccionar con ira y volverse más exigente y crítico en las demandas hacia la otra persona.
– El rol de Salvador produce la percepción de ser importante, competente, fuerte, superior a la persona a la que se ayuda y protege por ser más débil, a la vez que superior al perseguidor del que se le protege, e incluso superior a todos los demás, que no hacen nada, que no salvan. En el rol de salvador, se ayuda, aunque esta ayuda no haya sido requerida, y supone, por tanto, dominancia sobre el otro, al igual que la ejercida por el rol de perseguidor, aunque más encubierta que esta.
– En el rol de Víctima, la persona se muestra desamparada y vulnerable. Sin embargo, suele culpar a otra persona -al perseguidor- a la par que coloca la responsabilidad de sus acciones a otra -el salvador-. El rol de víctima se ubica en la queja, colocando a la persona que juega este rol en una falta de resolución de las dificultades de su vida, volviéndola dependiente de salvadores que actúen por ellas, y de perseguidores a los que responsabilizar, logrando que otras personas tomen la resolución de su vida a la par que se eximen de cualquier culpa de sus acciones.
Todos los roles son intercambiables y una persona puede jugar uno en un momento y otro en otro. El problema de los juegos es cuando los roles son estables o anticipables por el resto de jugadores, los cambios en los roles desde los que nos relacionamos son rápidos y tenemos sensación de descontrol sobre la forma de relacionarnos con los otros, quedando un poso de malestar después de ello, y sin saber la razón por la cual nos hemos comportado de una u otra manera -al tomar uno u otro rol-.
La adquisición de las dinámicas que se producen en los juegos se produce durante nuestro crecimiento, en nuestro seno familiar, principalmente en los primeros tres años de vida, por observación y posterior participación en los juegos presentes en la familia, por ello, cuando se establecen no de forma temporal sino como forma de responder al entorno, se convierten en una fuente de malestar para la persona.
Para poder salir de los juegos es necesario tomar conciencia de nuestra forma de comunicarnos para explorar formas alternativas más directas y positivas de obtener afectos de los otros y poder desarrollar relaciones auténticas e íntimas. Solo desde esta toma de conciencia podremos conocer los juegos a los que jugamos, los roles en los que nos situamos, y las posiciones donde situamos al resto, y decidir con libertad si queremos seguir relacionándonos de tal forma, o si apostamos por una comunicación veraz y auténtica, en la que busquemos afecto y ayuda en el otro de una forma directa y sincera, recuperando el control sobre nuestras vidas y sobre nuestra comunicación.
Solo de esta manera sabremos si estamos de acuerdo con las reglas del juego que hemos impuesto, o si, por el contrario, apostamos por su cambio y, por tanto, por establecer relaciones más sanas, y de mayor calidad.
Pilar de la Higuera
Prácticum Máster en Psicología General Sanitaria
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Pensamos que son las otras personas. Las que nos agreden, las que se portan mal, las que no nos quieren como yo merecería, las que las que las que… Pensamos que es el resto, quien pone malas caras y no cumple nuestras demandas, las que no nos cuidan. Pensamos y volcamos, la responsabilidad, en la otra persona. La responsabilidad de que yo esté bien, de que me sienta cuidada, contenta, segura, feliz. Pero, ¿qué hay de mí en todo esto?
Es evidente que merecemos defendernos y demandar buenos cuidados por parte de las personas que nos rodean, pero en última instancia, los últimos responsables de nuestra existencia adulta somos nosotros mismos. Claudio Naranjo, psiquiatra y escritor chileno refiere que “La responsabilidad no es un deber sino un hecho inevitable. Somos los actores responsables de cualquier cosa que hagamos. Nuestra única alternativa es reconocer tal responsabilidad o negarla. Y percatarse de la verdad, nos cura de nuestras mentiras.”
Pero, ¿qué es la responsabilidad? Sería la capacidad de hacernos cargo de nosotros mismos, de nuestras actitudes, emociones, pensamientos y conductas y responder acorde a esto. Si no somos capaces de hacer este proceso, tenderemos a victimizarnos (a través de la idea de que no puedo hacer nada por mí misma) o a perseguir a las demás personas (creyendo que son ellas los únicos responsables de lo que sucede en mi vida). Estas dos opciones resultan profundamente dramáticas, ya que coloca mis posibilidades vitales en manos de los otros (locus de control externo) y dificulta enormemente poder sostener nuestra propia vida.
Uno de los primeros pasos para ir generando un locus de control interno es tomar consciencia de por qué y para qué hago lo que hago. Si tú y yo estamos frente a frente y ponemos una película invisible entre los dos, yo puedo hacerme cargo del espacio que hay de esa película invisible a mí. El resto de espacio es de la otra persona y son él o ella los que tiene el derecho y el deber de actuar conforme a ella. Incluso en los momentos de la vida en los que sentimos que tenemos poco margen de maniobra, podemos decidir. Como decía Viktor Frankl “si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”.
Ana Moyano Cabrera
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Desde NB Psicología y el Instituto Español de Psicoterapia Integradora (IEPI) ofrecemos tratamiento gratuito para fobias específicas como parte de un proyecto de investigación. ¿En qué consiste una fobia? Es un miedo intenso e irracional a un estímulo concreto. Por ejemplo, ¿tienes miedo al dentista, a las alturas, a volar en avión, a las cucarachas…? Entonces podemos ayudarte. Participa en nuestro estudio; recibirás terapia breve y focalizada para este problema, totalmente gratuita, y nosotros aprenderemos más sobre este tipo de problemas. Queremos contrastar qué intervención de las que hay en psicoterapia es más eficaz, y cómo podemos ayudar a los pacientes a dejar de tener miedo más rápidamente. Inscríbete ahora aquí: https://forms.gle/F1jJiWdxPEuXombH6
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Desde NB Psicología impulsamos la investigación para la mejora de la psicoterapia.
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