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Todos tenemos “personas” que viven dentro de nosotros. Si nos detenemos a escuchar, podemos oír voces de muchas de ellas. Puede que haya una que nos regaña “eres estúpida/o” cuando algo no sale como esperábamos o cuando nos equivocamos; u otra que tiene miedo y no se atreve a enfrentarse a los problemas “no lo hagas, no lo conseguirás”. No se trata de personas distintas a nosotros, son construcciones internas, roles propios que se han ido desarrollando a lo largo de nuestra vida.

La teoría de los roles fue explicada por J.L. Moreno, creador del Psicodrama, en ella pone de manifiesto que los roles son unidades de conducta que poseen características y particularidades propias. Un rol es una estructura dinámica dentro de un individuo con unas necesidades, creencias y valores propios que se pone en la acción ante un estímulo o una situación determinada. Atendiendo a esta definición, es importante destacar que todas y cada de las voces o de los roles que albergamos, tienen una función, están ahí para algo. A veces son tan desagradables que cuesta trabajo pensar que probablemente, surgieron con el objetivo de protegernos y ayudarnos a adaptarnos a las experiencias que hemos vivido. Si ponemos el ejemplo de una niña está triste porque sus papás están trabajando cuando llega del colegio y les dice que le gustaría pasar más tiempo con ellos obtiene un “y qué quieres que hagamos, no se puede hacer otra cosa ¿para qué lloras?, ¿qué solucionas así?, qué tontería que te pongas así por eso” cabe esperar que una parte de ella empiece a creer que expresar lo que siente es malo, que llorar no sirve para nada, y que lo que ella necesita no es importante. Un rol autosuficiente, que sea capaz de dejar a un lado sus emociones para centrarse en el día, podría ser una manera adaptativa de hacer frente a esa situación para una niña pequeña. Sin embargo, que esta niña haya podido desarrollar esa parte autosuficiente que la protege, no quiere decir que no se sienta triste, sola o que no necesite de los demás (de sus padres).

Prestar atención a los mensajes que nosotros mismos nos mandamos, pese a que algunos sean desagradables, puede ayudarnos a comprender para qué están ahí y de que nos pueden estar protegiendo. Es como si esas partecitas de nosotros, se hubieran quedado congeladas en el tiempo, sin saber que ese peligro por el que surgieron ya ha pasado, que ahora podemos protegernos de otra manera. Poder entenderlas en lugar de apartarlas, poder explicarles que el peligro ha pasado, reconocer el trabajo tan importante que hicieron en su día y agradecer su ayuda es lo que esas partecitas necesitan para dejar de “molestarnos”. Como adultos, ahora podemos darle a esa niña que sufría porque necesitaba pasar más tiempo con sus padres y no podía, la oportunidad de reconocer lo que sentía, de hacerle llegar que tenía derecho a sentirse como lo hacía y que no había nada malo en ella, que era importante.

Las distintas partes de nosotros, forman nuestra “pandilla interna”, que tengan una política de buena convivencia, que cada una de ellas se sienta acogida, nos proporciona bienestar y salud emocional.

 

Os dejamos un vídeo que puede servir de ejemplo:

https://www.youtube.com/watch?v=qePmRPR-RBQ

Escrito por Rocío Hernández Bahlsen psicóloga del equipo NB

Psicólogos en Collado Villalba y Moncloa

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