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En ocasiones estamos tan inmersos en la rapidez de la vida que pensamos que el antídoto de la felicidad es muy difícil y costoso de encontrar. Y nos conformamos, obviando lo sencillo que puede llegar a ser contribuir a ella.

Seguramente esta última parte te haya gustado, y no se trata de un engaño. Hay muchas formas de aportar un granito a nuestra felicidad; unas más caras (el móvil de última generación o un cochazo), y otras más baratas pero efímeras (el buen comer). Pero hay una forma que no perece, que con el paso del tiempo se potencian sus beneficios y se adapta a cualquier economía.

En este caso os quiero presentar a un gran aliado: el deporte. Sí, lo sé, puede resultar cansado sólo leerlo si no se tiene este hábito, pero te animo a que le des una oportunidad. Os lo presento.

Es bien conocido, gracias a numerosos estudios en las últimas décadas, los beneficios que la actividad física tiene en la salud, y por ende en el bienestar y la felicidad personal. La actividad física es todo movimiento que hace trabajar los músculos y que requiere energía. Al someter a nuestros músculos a un esfuerzo determinado, se liberan en nuestro sistema nervioso unas sustancias químicas: las endorfinas. Estas son péptidos opiodes, también conocidos como “moléculas de la felicidad”, que actúan aliviando el dolor, creando una sensación de bienestar y contribuyendo a fortalecer nuestro sistema inmune. Además se liberan otras sustancias tales como la noradrelanina, que nos prepara para enfrentar futuras situaciones estresantes y facilita los procesos de aprendizaje y memoria. En este sentido, varios estudios en Estados Unidos con personas de entre 60 y 70 años han concluido que aquellos que practicaban ejercicio físico moderado mantenían las funciones cognitiva dentro de la normalidad años después, al contrario que los que no lo hacían.

Aparecen también en escena: la dopamina, que contribuye a la motivación y a la creatividad, así como, al finalizar la actividad, se da un aumento de la serotonina, involucrada en la regulación del ciclo del sueño, del apetito y de la sensación de dolor.

 

La actividad física regular tiene, además, un efecto protector cardiovascular y nos mantiene saludables. Por otra parte, el deporte, al requerir energía nos ayuda a mantenernos activos a lo largo del día y a rendir mejor. Así mismo, mejora la autoestima, valorando de forma más positiva la imagen de uno mismo cómo alguien enérgico y capaz.

Este menú de beneficios saludables se ve aliñado por el contexto: el deporte se rodea tanto de gente que comparte gustos e intereses, mejorando las relaciones sociales, así como de lugares y espacios, en muchas ocasiones naturales, que pueden aportar calma y serenidad.

Además, una de las cosas más bonitas del deporte es que cada uno puede encontrar su lugar en una disciplina (o varias), dónde se expresen sus cualidades y su personalidad se encuentre más cómoda (desde un yoga más introspectivo, a actividades dinámicas y sociales como el baile, pasando por el económico y retador “correr”).

¡Vernos mejor, más saludables y con energía! Dormir mejor, potenciar la memoria, la motivación y la creatividad ¿acaso no es felicidad?

Artículo escrito por  Laura Gil Psicóloga en prácticas en el Centro de Psicología NB.

 

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