Flores, tan coloridas y vistosas, alegran a cualquiera en balcones y jardines. A todos nos gusta disfrutarlas, mostrarlas, presumir de ellas. Lo mismo ocurre con las emociones positivas. ¿Quién no quiere ser feliz, poseer una eterna sonrisa y sentir cosas buenas? ¿A quién no le gustaría tener una vida plena, satisfactoria y sin ningún altibajo?. Sin embargo, también existen las abejas, las cuales incordian, queremos eliminar, nos molestan, e incluso llegamos a temerlas y huir de ellas. Estas abejas equivaldrían a nuestras emociones negativas, aquellas que en nuestra sociedad no tienen espacio ni lugar y a quien las sufre se le mira con compasión, pena, y alejamiento, no vaya a ser que nos piquen y contagien, ya que debemos evitar tanto de la tristeza como del llanto.
La psicología positiva se ha malinterpretado y confundido. En los últimos años ha tenido un inmenso avance, y a ella le debemos grandes estudios los cuales se han centrado no sólo en sintomatología depresiva o ansiosa como la gran mayoría de las investigaciones previas, sino que también ha estudiado qué factores de la personalidad determinan lo que denominamos como “una vida feliz”. También ha ahondado en los elementos relacionados con la resiliencia personal, lo que se denomina como resistencia hacia eventos negativos y que funciona como factor de protección frente a catástrofes y pérdidas personales. Todos estos conocimientos nos ayudan a orientar los tratamientos en las clínicas convencionales y a focalizar las intervenciones psicológicas en situaciones agudas como atentados, guerras o desastres ambientales.
Pero en nuestro día a día, en la sociedad actual, en nuestras calles, esta malinterpretación de la misma se ha apoderado de nuestra mente. Los mensajes positivos sobre tener un buen día llenan escaparates y libretas, cerebros y corazones, y los días malos parecen no tener espacio en nosotros mismos. Esto ha llegado a lugares como los hospitales, donde ideas irracionales afloran, como podría ser la relación directa entre una actitud positiva y una temprana recuperación. Un interesante artículo relacionado con la oncología infantil i indica que los niños ingresados en el hospital por sufrir cáncer temen sentir emociones negativas ya que si las sienten no van a ponerse buenos, ni a volver a jugar en la calle o volver a celebrar su cumpleaños con su familia. Y si las sienten, también temen decírselo a sus familiares, ya que a pesar de ver tristeza en sus padres, ellos nunca les hablan de estas emociones ya que si mis padres no o hacen, no es bueno que yo lo haga tampoco. Por ello no muestran sus emociones a sus familias, ni al personal médico. Lo tienen dentro, se lo quedan para ellos mismos, no vaya a ser que las lágrimas les vayan a hacerles enfermar de nuevo y que se les vuelva a caer el pelo por todos los medicamentos que les dan. Si es cierto que una actitud positiva en cuanto al afrontamiento de una enfermedad ayuda tanto al personal médico como a la familia, ya que esa actitud abierta y colaboradora va a permitir que la situación se sobrelleve del mejor modo posible y va a facilitar las intervenciones médicas. Pero también hay que tener presente que a la hora de afrontar una enfermedad como puede ser el cáncer, el periodo de asimilación de la misma incluye sentir emociones negativas como tristeza, miedo e incertidumbre. Es por ello que validarlas y mostrarlas ayuda a esos niños a saber que no están solos, que sus padres también sienten miedo, pero que aunque lloren de vez en cuando, ellos les comprenden y van a estar juntos superando esa dura etapa.
No hay que olvidar que sin las abejas las flores no existirían, que ellas las polinizan, las llenan de plenitud, de energía, de color. No hay que olvidar que sin emociones negativas no existirían las emociones positivas. Por ello, comencemos a trabajar conjuntamente, de manera integral, abejas y flores.
i Eiser C., Havermans T.. (1992). Children’s understanding of cancer. Psycho-oncology, 1, 169-181
Escrito por Paula Barrios psicóloga del equipo NB.