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El miedo, como cualquier emoción que podamos sentir, tiene una función y cumple un papel importante en la supervivencia del ser humano. En los niños, los miedos evolutivos comienzan alrededor del primer año de vida (miedo a los extraños) y se alargan hasta la adolescencia (temor al rechazo, al fracaso o a la crítica). Por lo general, son vividos con una intensidad aceptable y no generan problemas pero, en ocasiones, la intensidad del miedo es muy alta y obstaculiza la vida del niño, momento en el que pasan a catalogarse como fobias.

Además de los miedos evolutivos, hay otros que son condicionados por el entorno y aprendidos por el niño, como el miedo a los animales. En muchas ocasiones, el miedo no deja de ser la expresión de algo más profundo que el niño anhela, como una mayor atención o la expresión de algún deseo, algo que debe ser analizado y tratado en terapia.

Generalmente, las fobias se tratan con técnicas cognitivo-conductuales adaptadas a la edad del niño, como las escenificaciones emotivas, que resultan bastante efectivas. Sin embargo, se pueden abordar también con otras estrategias, como el uso de los cuentos, que por su familiaridad y facilidad de identificación con los personajes, son muy atractivos y eficaces para usar con los niños.

Un cuento es una historia breve, que contiene una introducción, un nudo y un desenlace, que mantiene el ritmo, engancha y se puede resumir en una idea. Estimulan la imaginación, la fantasía y, en última instancia, la sugestión, que moviliza las emociones y elimina el pensamiento reflexivo. Esquivando la parte reflexiva y consciente, ayudamos a estimular y proyectar las emociones, mientras facilitamos la generación de soluciones a los conflictos.

En los cuentos, además, la modulación de la voz o el uso de onomatopeyas o canciones durante el relato son elementos esenciales, ya que dan emoción y realidad a la historia mejorando sustancialmente la experiencia y llegando a ser determinantes terapéuticamente. Conductas como mirar a los ojos, gesticular con la boca, utilizar oraciones simples y claras o evitar interrupciones ayudarán a que el niño mantenga toda la atención en lo que le estamos contando. Igualmente importante es centrar nuestra atención en una sola emoción para poder trabajar con ella así como procurar que las nuestras no se vean involucradas en el relato para evitar posibles distorsiones.

Es fundamental que el espacio que ocupa el cuento sea un momento de tranquilidad y serenidad, en el que el niño esté plenamente centrado en la historia. Por ello, es recomendable realizar algunos ejercicios de relajación antes de comenzar, como el ejercicio de “la tortuga”.

En cuanto al espacio físico en el que contemos el cuento, es bueno que haya algo que se pueda relacionar con la historia, como algún elemento que indique la estación del año que es. Otra opción es que haya un objeto que aparece en la historia en la habitación que sirva para que el niño lo relacione con el relato y la solución del conflicto.

Según Jeffrey Zeig (1994), discípulo de Erickson, los cuentos y, en general, el lenguaje metafórico, son muy efectivos debido a que no son percibidas como amenazantes para el sistema de creencias, por lo que se interpretan como creíbles y realistas, captan muy rápido el interés de la persona que escucha, generan en el otro una necesidad de resolución y de búsqueda de sentido, produciendo una involucración en el relato y fomentan el control de determinadas funciones, reorganizando nuestra conducta en los tres niveles de respuesta: motora, cognitiva y emocional.

Existen infinidad de cuentos que se pueden comprar y están destinados a tratar una emoción o conflicto en concreto, como los celos o el miedo a la oscuridad. Sin embargo, por las características terapéuticas que tienen, se pueden crear desde cero, adaptándolos a las necesidades y características de cada niño.

Artículo escrito por  Alejandro Contreras Psicólogo en prácticas en el Centro de Psicología NB.

 

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