“Mi hijo adolescente ya es mayor, pero para lo que quiere”.
- “No encuentro la manera de que mi hijo David, de 16 años, se responsabilice de sus acciones”.
- “No consigo que sea capaz de hacerse cargo de alguna tarea que conlleve una responsabilidad, sin estar yo detrás”.
- “No se da cuenta de las consecuencias que tienen sus acciones hasta que es demasiado tarde, y mira que se lo advierto”.
Seguro que le son familiares alguna de estas afirmaciones, y es que ser padre o madre de un adolescente no es tarea fácil. Muchas veces nos encontramos con que nos faltan recursos y se nos acaba la paciencia y la energía para seguir luchando contra situaciones que nos pueden parecer difíciles de entender: “¡¿por qué no le entrará en la cabeza que no puede dejar las cosas para el último día?!”.
A lo largo del arduo proceso de criar a un hijo, nos enfrentamos a diferentes etapas como pueden ser la primera infancia, el cuidado del niño, la lucha contra el adolescente, la emancipación del adulto… La transición de una a otra etapa no es una labor sencilla, de hecho muchas veces nos encontramos a nosotros mismos sorprendiéndonos de los aparentemente repentinos cambios de los bebés, niños o adolescentes, cuando llevamos algo de tiempo sin verlos. En otras ocasiones nos invade la melancolía al hacer una reflexión sobre lo rápido que transcurre el tiempo: “¡Si parece que fue ayer cuando mi hijo adolescente de 1,85 era un niño!”. Es por todo esto que muchas veces podemos cometer el error de tratar a nuestro hijo de 16 años como el niño que fue, como por ejemplo privándole de la independencia que le correspondería a la etapa evolutiva que atraviesa. En esta etapa, la adolescencia, en ocasiones podemos sentir que nuestros hijos adolescentes, a pesar de estar atravesando un proceso de maduración, se muestran muy inmaduros en ciertos aspectos, siendo uno de los más llamativos la falta de responsabilidad y la poca anticipación de las consecuencias de sus actos. A la hora de intentar mejorar este tipo de situaciones, puede ser útil reflexionar sobre cómo nos estamos comunicando con nuestros hijos adolescentes, haciéndonos la siguiente pregunta: “cuando yo le hablo a David, ¿le estoy considerando una persona adulta, madura, y capaz de responsabilizarse de las acciones que le propongo?”. Si a David le transmitimos una orden como solíamos hacer cuando tenía 10 años, probablemente David reaccionará como lo hacía cuando tenía esa edad; sin embargo, si le transmitimos el mensaje como lo haríamos con un adulto, como si estuviéramos comunicándole la petición a nuestro hermano, a una compañera de trabajo o a nuestra pareja, entonces él, desde esa posición adulta en la que nosotros mismos le situamos, tendría quizás la posibilidad de comportarse como un adulto. Si pensamos que nuestro hijo puede y debe responsabilizarse de sus actos como una persona adulta, ¿por qué no transmitírselo como tal? No hay que olvidar que, para que las personas sean capaces de lograr las metas que les proponemos, el primer paso es creer nosotros mismos que lo lograrán, y así transmitírselo a ellos.
Artículo escrito por Lucía Cortés ,Psicóloga en prácticas en el Centro de Psicología NB.