La Obligación de Ser Feliz.
Hoy en día la felicidad está por todos lados, se ha convertido en un negocio de gran éxito. Un ejemplo de ello lo podemos observar en libros de autoayuda o en anuncios de televisión que nos quieren vender que la felicidad se halla en una lata de refresco. Y lo compramos, vaya que si lo compramos, porque no podemos perdernos esa oportunidad de ser felices.
Si no estás feliz con tu vida debes buscar todos los medios físicos posibles para serlo rápidamente. Si no eres feliz, no eres un triunfador y estarás solo, y si no, que se lo digan a los finales felices de Hollywood.
Esta persecución de la felicidad es tal vez uno de los mayores clichés culturales que nos acechan. Una imagen de ella sonriendo, de fondo un sol radiante y el Empire State, de sus brazos cuelgan todo tipo de bolsas de tiendas de ropa. Se la ve muy feliz. Él está con un montón de amigos, todos con una copa en la mano, elegantes y muy sonrientes. Después miras tu salón, con su sofá y su televisión y piensas que no hay manera de arreglar aquello. Acto seguido, te metes en un círculo vicioso de melancolía en el que eres la persona más infeliz del mundo sin viajes a Nueva York, sin copas en la mano y sin nada que subir a tus redes sociales. Todos los que te rodean tienen vidas fantásticas, llenas de actividades, rebosan felicidad y pueden permitirse toda clase de lujos ¿Por qué ellos sí y yo no?
¿Por qué no nos paramos a pensar que tan solo estamos viendo una fotografía o aquello que una persona nos quiere mostrar? No sabemos si el sol radiante acaba de salir o si lleva una semana lloviendo, no sabemos si la copa en la mano duró 20 minutos y se fue a casa. Tampoco sabemos si lo que nos está contando aquel antiguo compañero de clase tan solo es la parte alegre de su vida, pero detrás de esa sonrisa hay más de una experiencia dolorosa. Solo vemos aquello que las personas quieren mostrar de sí mismas, que coincide con aquello que creemos que culturalmente está aceptado y por lo que creemos que debemos ser validados. Las cosas no son siempre lo que parecen.
Es curioso, porque cuanto más nos tratan de imponer esta idea de felicidad más infelices nos sentimos. Cuerpos perfectos, playas impolutas, sonrisas perfectas, comidas exquisitas, viajes inmejorables, miles de amigos, una pareja que nos quiere incondicionalmente. Además, si no mostramos al mundo lo feliz que es nuestra vida no podemos ser felices, y así es como entramos en la espiral de “la felicidad”.
No podemos concedernos estar tristes, porque claro, solo se vive una vez, pero ¿Realmente estamos viviendo si solo nos permitimos ser felices? Cuando una persona evita de una forma tan deliberada una emoción lo más probable es que justo tenga esa emoción. Porque no estar dispuesto a estar triste implica necesariamente estar en relación con la tristeza. Es decir, si uno no desea sentirse triste y se empeña en cambiar su estado de ánimo puede que al principio tenga un resultado efímero. Pero a largo plazo, esa tristeza se hará más frecuente y terminará inundando otras facetas de su vida y, a la larga, generará mucho sufrimiento, es como una trampa invisible.
La felicidad no se entiende sin la tristeza, son complementarias, si nunca estamos tristes resultaría imposible ser felices. Dicho de otra manera, no se puede estar siempre alegre, porque no hay alegría sin tristeza. La interacción entre la tristeza y la alegría es lo que nos permite experimentar la vida. Esta capacidad de dejarse afectar nos enseña que el presente es lo que importa, el aquí y el ahora, y que hay que dar un significado a nuestras vivencias, tanto a las buenas como a las malas. La tristeza nos ayuda a mirar dentro de nosotros mismos. Como decía Carl Gustav Jung, sin momentos de tristeza, la felicidad pierde cualquier sentido.
Artículo escrito por Ana Suarez ,Psicóloga en prácticas en el Centro de Psicología NB.