Miedo es una palabra que por el simple hecho de ser pronunciada puede generar en nosotros diferentes sensaciones, estas suelen estar asociadas a terror, susto, tensión, incertidumbre, pánico… y muchos otros términos que normalmente las personas calificamos como negativos. Cuando pronunciamos “miedo”, cada uno de nosotros puede conectar con diferentes experiencias o recuerdos, y probablemente para muchos de nosotros, estén asociados en su mayoría con una sensación de malestar o aprensión.
Por muy molesto que nos pueda parecer a muchos, el miedo es necesario para nuestra supervivencia. Se trata de una emoción instintiva que se activa ante la valoración de un peligro real en una situación dada, actúa entonces, como un sistema de alarma que vela por nuestra seguridad. Por lo tanto, podemos afirmar que sin esta función adaptativa podríamos morir, pues nos comportaríamos de forma temeraria.
Otra de sus características es su componente cognitivo, es decir, implica valoración intelectual de un estímulo. Estas valoraciones se van a realizar en función de la persona, de su aprendizaje y sus experiencias. Por lo que se puede convertir en un problema cuando las interpretaciones o creencias que le damos son disfuncionales. Podemos entonces hablar de otro tipo de emoción que se aleja de ser primaria y adaptativa. Es de este tipo de emociones no adaptativas en las que nos vamos a centrar en este texto.
Existen muchos tipos de miedos como consecuencia de nuestros pensamientos, creados por nosotros mismos: como envejecer, hacer el ridículo delante de mucha gente, perder un trabajo… y millones de miedos más, tantos como cabezas pensantes existen.
Pero entonces pueden surgirnos dudas, ¿Por qué hay fobias que no están relacionadas de forma directa con nuestras experiencias?, por ejemplo, ¿por qué tengo miedo al avión si no he tenido una mala experiencia? o ¿por qué tengo miedo a las avispas si nunca me ha picado una?, y así podríamos seguir durante un buen rato.
Es cierto que hoy en día, con las redes sociales y la cantidad de medios de comunicación que nos rodean, podemos enterarnos de muchos acontecimientos relacionados con nuestros temores sin tener que formar parte de ellos, por lo que además sin querer los alimentamos. Pero también existe otra realidad, entre los miedos y los traumas hay una relación estrecha, en algunas ocasiones esta relación es directa, pero en otras no necesariamente he tenido que estar en un avión a punto de caer para desarrollar miedo a volar.
Bien, entonces ¿dónde puede estar el origen de muchas de nuestras fobias “sin sentido”? una de las respuestas a esta pregunta podría ser el denominado fenómeno de desplazamiento. A veces podemos desarrollar una fobia que enmascara un miedo original, ocasionado por una situación traumática concreta, es decir, la mente puede desarrollar una estrategia que nos protege en un momento determinado de una situación que nos sobrepasa, y para la cual no tenemos recursos de afrontamiento. Un ejemplo de esto podría ser experimentar la muerte de un ser muy querido y acabar teniendo miedo a volar en avión, aunque nos pueda sonar extraño porque no está relacionado con el contexto de forma directa, cobra sentido cuando descubrimos que el temor original es la muerte (se escapa de nuestro control), y el objeto que lo enmascara es un avión (podemos decidir subirnos o no, pero no controlamos el avión).
La psique nos permite trasladar de forma inconsciente el miedo insostenible a un objeto externo que nos produce menor malestar y una mayor capacidad de afrontamiento. Si volvemos al ejemplo anterior, el objeto al que se ha desplazado el miedo tiene una parte de realidad objetiva de peligro, ya que es una máquina que es capaz de volar a mil metros de altura y a muchísima velocidad y además pilotado y controlado por personas totalmente desconocidas. Por lo tanto, es más sostenible para nuestra mente tener miedo al avión que a algo más interno y que nos genera mayor malestar.
En definitiva, todo este planteamiento se traduce en que nuestra mente es capaz de desarrollar mecanismos complejos para protegernos. Como se mencionaba al principio las emociones nos movilizan para la acción, nos dan información de algo que está sucediendo en nosotros como consecuencia de una situación determinada, pero cuando no tenemos las estrategias adecuadas para su afrontamiento las reprimimos. Hay que tener en cuenta que, aunque esto sea así, las emociones no desaparecen, sino que siguen formando parte de nosotros, y además deben cumplir su función, por lo que de alguna manera acabará movilizándonos ya sea de forma adaptativa o no.
Todos los seres humanos experimentamos miedos, sería interesante conocerlos y tener consciencia de ellos, saber si están ahí para algo que nos es útil o si por el contrario no lo es, poder hacernos preguntas como ¿cuál es realmente nuestro temor? o incluso ¿para qué nos está sirviendo? ¿qué utilidad tiene para mí?
El miedo forma parte de nosotros y además es muy útil, pero cuando nos sobrepasa, nos bloquea y nos retira de la experiencia de vivir. Una de las mejores formas de afrontarlo es comprenderlo y aceptarlo como parte de nuestra vida.
Artículo escrito por Silvia Merino ,Psicóloga en prácticas en el Centro de Psicología NB.