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Vivimos en una época en la que nos cuentan que la medicina parece haber controlado casi todas las enfermedades o nos sorprenden encontrando nuevas soluciones “milagrosas”. Sin embargo, a pesar de los grandes adelantos de la ciencia los hospitales siguen igual de demandados que antes, continúa existiendo el mismo porcentaje de enfermos que la antigüedad. ¿Se está teniendo en cuenta el trasfondo de la enfermedad?

Tendemos a tratar la enfermedad como algo externo y ajeno a nosotros, como algo que viene de fuera y nos invade, como si fuéramos una máquina que se avería y que hay que arreglar.

Existen grandes avances terapéuticos, pero las investigaciones solo se centran en el cuerpo, sin tener en cuenta que dentro de ese cuerpo hay un ser que piensa y siente. Por tanto, no sería tan descabellado asumir que el cuerpo no está enfermo, el que está enfermo es el ser humano, en tanto que su conciencia pierde la armonía.

Para estar sanos es necesario que admitamos aquellos aspectos de la realidad que evitamos o rechazamos, porque no los reconocemos, porque no los queremos vivir, porque no nos atrevemos a aceptarlos, porque los consideramos malos, etc. Pero cuando nos negamos a aceptar estas partes de nosotros mismos, estas se manifiestan en forma de síntomas, obligándonos a experimentar aquello que hemos rechazado.

Por tanto, creer que sanarnos consiste en tomar pastillas, someternos a una operación o hacer una dieta no es del todo acertado. Para vencer la enfermedad también es necesario apropiarse de los pensamientos y emociones que se encuentran debajo de ella. Desde esta perspectiva la enfermedad no es algo malo, es una reacción inteligente de nuestro cuerpo y nuestra mente que nos orienta hacia un estado de equilibrio e integración del que nos habíamos apartado. El síntoma hace de guía para ayudarnos a encontrar aquello que nos falta.

Hay tres momentos importantes relacionados con el origen de los síntomas o enfermedades.

  • Los conflictos que la persona vive en el presente relacionados con experiencias de la vida cotidiana de la persona.
  • Desde la concepción, embarazo, parto y hasta los siete u ocho años de edad, ya que todo lo que ocurre aquí queda grabado en el inconsciente biológico.
  • Etapa transgeneracional, los conflictos que generaciones antes no han podido resolver y se pasan, inconscientemente, de generación en generación para poderlo solucionar.

Tendemos a confundir el síntoma con la enfermedad, el cuerpo puede manifestar muchos síntomas distintos pero todos son la expresión del proceso que llamamos enfermedad, la cual se produce en la conciencia de la persona. Cada forma de expresar del cuerpo es portadora de una información, nos indica un problema, una carencia. Por eso, si aprendemos a reconocer los síntomas y a interpretarlos, nos daremos cuenta de que estos hablan sobre nosotros mismos.

El síntoma, al fin y al cabo, es el efecto de una causa que no estamos sabiendo ver, por ello, erradicarlo es útil, pero no suficiente si no eliminamos la causa. Si nos limitamos a eliminar el síntoma, puesto que este nos resulta molesto, es probable que aparezca de nuevo con más fuerza o manifestándose de otra manera, es necesario aceptarlo y prestarle atención.

Cada parte del cuerpo representa simbólicamente un área de nuestra vida. Las piernas nos permiten avanzar e ir hacia los demás, los ojos nos hablan de nuestra manera de ver y enfocar la vida y a los demás, la piel representa la frontera del yo y del contacto con el otro, los brazos nos hablan de la acción, etc. Si una parte del cuerpo reclama nuestra atención deberíamos pensar en qué nos puede estar queriendo comunicar en función de lo que esa parte representa de manera simbólica. Si rechazamos un síntoma estamos rechazando una parte de nosotros mismos.

Para poder aceptar lo que nos pasa es necesario que lo valoremos mediante preguntas, lo más importante es descubrir que nos quiere transmitir¿Para qué me ha ocurrido esto? ¿Qué es? ¿Cómo es? ¿Qué me hace sentir? ¿En qué parte de mí puede existir el mismo conflicto que le ocurre a mi cuerpo? ¿Qué ha pasado antes de que apareciera? ¿Qué hacía yo? ¿Con quién estaba? ¿Cuándo comenzó? ¿Qué estaba pensando y sintiendo? ¿En qué medida lo que le ocurre a mi cuerpo expresa algo que está ocurriendo en mi vida? ¿Ha habido algún cambio en mi vida? ¿Hay algo que no esté queriendo vivir? ¿Ha ocurrido algo a nivel familiar o afectivo? ¿Qué me está impidiendo el síntoma o qué me está obligando a hacer? En relación a ello, es muy importante que observemos qué palabras y tono utilizamos, el lenguaje personal es muy psicosomático.

También es útil preguntarse qué beneficios obtenemos mediante el síntoma y si podríamos conseguir lo mismo sin necesidad de él. Muchas veces existen razones ocultas que hacen que nos resistamos a la sanación, a veces el síntoma proporciona una recompensa, como por ejemplo, atención o afecto, también nos puede servir de recurso para manipular o culpar, puede ocultar miedos, nos puede permitir evadir responsabilidades, nos puede dar una identidad o ser nuestro compañero, por lo que se experimentaría un vacío sin él, etc.

Para determinar si nos estamos resistiendo a la sanación es interesante observar cuál es nuestra reacción cuando sintomatizamos. ¿Negamos creyendo que no estamos realmente enfermos? ¿Nos ponemos a la defensiva creyendo que no ha sido culpa nuestra, diciendo por ejemplo fue algo que nos sentó mal? ¿Le quitamos importancia? ¿Nos distraemos?

En resumen, se podría decir que la salud es un proceso dinámico que se logra a través de tener una buena comunicación con nosotros mismos, por el contrario, la enfermedad es la consecuencia de haber perdido el contacto con nuestros sentimientos. De este modo, nuestros síntomas físicos corresponden a nuestros desequilibrios psíquicos y emocionales, lo cual significa que los problemas emocionales están relacionados con las sensaciones del cuerpo, obligándonos a cambiar nuestras creencias negativas para superar la situación.

En nuestro día a día vivimos situaciones y en nuestra forma de vivirlas está la clave, lo importante no es tanto la situación que vivimos, sino nuestra actitud ante ella, cómo la vivimos y cómo nos la contamos.

Escrito por Ana Rosa Suarez psicóloga del equipo NB.

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