Si con algo se ha asociado la psicopatología perinatal ha sido con la depresión posparto. Sin duda, ha sido el diagnóstico más extendido y reconocido, del que más se ha publicado y del que todos hemos oído hablar a un nivel muy coloquial (y aún oímos en el presente).
Los inicios:
Antes de conocer cómo se conceptúa hoy día esta patología, se presenta brevemente un recorrido cronológico de la depresión posparto…
Los inicios del interés por la clínica de la perinatalidad se remontan a Hipócrates, quien, ya en el siglo IV a.C. observó cuadros específicos en mujeres recién dadas a luz. No es hasta el siglo XVII d.C. cuando empiezan a definirse diagnósticos concretos, como el de “fiebre puerperal” por poner un ejemplo. Si bien estos primeros acercamientos eran sobre todo referidos a síntomas fisiológicos, hay alguna mención a delirios puerperales. Hay que esperar a los años 60-70 del siglo pasado para encontrar referencias más amplias sobre la sintomatología depresiva. Se hablaba de tristeza de la maternidad o del posparto, describiendo cuadros donde se alternaban tristeza, ansiedad, llanto, dolores de cabeza, irritabilidad… Estos acercamientos iniciales, que ahora nos pueden resultar equivocados o imprecisos, fueron los precedentes de la depresión posparto.
El DSM IV (Manual de diagnóstico de trastornos mentales de la APA), incluye, por primera vez en 1994, un tipo de depresión que surge en las primeras cuatro semanas tras el parto.
En su versión más actual, del 2013, el DSM 5 reconceptualiza el diagnóstico, ampliándolo a depresión periparto. Estudios surgidos algún año antes empiezan a indicar la elevada prevalencia de sintomatología depresiva también en el embarazo, por lo que reducir la depresión al posparto resultaba equivocado (y obsoleto).
¿A qué pudo deberse que solo se reconociera la depresión en la etapa del posparto?
Son muchas las explicaciones: en el embarazo, casi cualquier síntoma se minimizaba o explicaba por las hormonas (quedando negada la depresión), antes del parto se exploraba poco o nada el mundo emocional; las mujeres, por tanto, no pedían ayuda por estos motivos, existía el estigma de que la mujer embarazada que no era feliz era una mala madre, por lo que se impedía la visibilización de la psicopatología previa al parto…
¿Qué se sabe hoy día?
Los avances de la obstetricia y, especialmente, de la Psicología Perinatal, han mostrado una realidad más ajustada. Ya el embarazo se considera una etapa de vulnerabilidad, de ambivalencia emocional y de reactivación de sombras que, si no se trataron anteriormente (por ejemplo, trastornos de apego o experiencias de violencia), resurgen en este momento.
Según el estudio que se revise, se observa cómo entre un 6 y un 20% de las mujeres presentan depresión en el embarazo o posparto (más del 50% de las mismas ya antes del parto). Por ello, el diagnóstico acertado sería depresión periparto, desterrando el apellido posparto aunque siga vigente en las conversaciones coloquiales.
Aunque los síntomas de un trastorno depresivo y de una depresión periparto son los mismos, su manifestación o manera de expresarse varía. Un ejemplo de ello sería la baja autoestima, que en la depresión periparto suele ir asociada con la creencia o el sentimiento de incapacidad para asumir la maternidad.
Con estos datos, se hace necesario revisar el vocabulario, evaluar el estado psicológico de toda mujer embarazada (o que empieza a plantearse la maternidad) y ofrecer recursos e intervenciones para proteger su salud mental. Hay mucho en juego. Las consecuencias de no tratar correctamente la depresión periparto impactarán en la salud de la propia mujer, en el desarrollo del bebé tanto a corto como a largo plazo (alteraciones en el neurodesarrollo, sistema de apego…), en la crianza posterior, en la familia en general… Por supuesto, será necesario también seguir investigando para acercarnos mejor a las necesidades de este momento.
Paula López
Psicóloga sanitaria y docente en NB Psicología