El concepto Mindfullness se ha ganado un merecido puesto en la cultura popular actual. Este término se asocia a la atención plena y a tomar consciencia del momento presente, utilizando la respiración consciente para contrarrestar el ritmo y las inquietudes de la vida cotidiana. Dicho de otro modo, nos viene a decir que paremos un poco y que pisemos firmemente el lugar en el que estamos en este momento para poder ser conscientes y no dejarnos llevar por las corrientes pasadas y futuras de nuestras vidas.
Aportada la teoría, la práctica se nos complica más y se asemeja más a un ideal a alcanzar en los tiempos que corren, teniendo en cuenta los estilos de vida frenéticos que están tan de moda, en los cuales las horas se nos escapan, los días vuelan, los meses galopan y con suerte podemos tomar consciencia del paso del tiempo en los días de nuestro cumpleaños.
Para poder dirigirnos hacia un lugar nuevo es esencial tomar consciencia del lugar de dónde venimos, pues no hay destino sin punto de partida. Si obviamos este importante paso, corremos el riesgo de despistarnos en el camino, de perder la referencia y de frustrarnos por no avanzar como quisiésemos, con el correspondiente machaque posterior por no haber conseguido llegar a nuestro objetivo. El punto de partida, para mucho de nosotros, es el Mindlessness, el estilo de vida en el que tomamos conciencia de lo estrictamente necesario para tener una vida productiva y eficiente, para conseguir nuestros objetivos profesionales y sociales y donde el individuo, sus necesidades, emociones e inquietudes, quedan en un segundo plano arrastrados por un tren de alta velocidad que no para ni espera por nadie.
En este estilo de vida finalizamos nuestro día de la misma manera con la que lo empezamos, con un chorrazo de luz del móvil directo a nuestra córnea. No hay respiro, nos despertamos e inmediatamente estamos estimulados: whatsapps recibidos durante nuestro sueño, notificaciones de nuestras redes que nunca duermen, el tiempo que hará hoy (bastante práctico) y una breve anticipación a lo que será el día. En resumen, llegamos al desayuno bastante activaditos, si es que nos sentamos a desayunar, momento del día reservado para afortunados. Vamos a trabajar y eso hacemos, ejercitamos nuestra preciosa habilidad para atender varios asuntos al mismo tiempo y nos ganamos nuestro pan. Terminamos la jornada y muchos de nosotros seguimos trabajando, ya sea con nuestras familias o con nuestros quehaceres diarios. Incluso si disponemos de tiempo “libre” es probable que lo usemos intentando recordar si una tarea pasada ha quedado bien hecha y el consiguiente juicio de que podríamos haberlo hecho mejor o puede que nos proyectemos al futuro, a mañana, por ejemplo, a esa reunión que tanto nos inquieta. No hay descanso. De manera automática, arrastrados por la fuerza de nuestros hábitos, tendemos a regar y fortalecer las semillas de la prisa, la inquietud y las de no estar en el momento presente.
El primer paso es darnos cuenta de este automatismo que tiene lugar, de este riego automático que rige nuestras vidas, tomando consciencia de cuándo y cómo ocurre para poder pasar a riego manual cuando lo necesitemos. El riego automático no es malo, cumple la función de mantenernos vivos en la abrumadora rutina, nos ayuda a sacar adelante cada día nuestras repetitivas actividades y responsabilidades. El problema viene cuando este automatismo se hace con toda nuestra consciencia y no queda tiempo ni espacio para nosotros mismos, nuestras necesidades y nuestro cuidado.
Es aquí donde hace falta el riego manual. Hace falta que podamos tener la opción de volver al momento presente, tomar las riendas de nuestro tiempo y decidir qué semillas regamos, cuándo y cuánto. Es así como de manera paulatina, ejercitando la paciencia, tomando conciencia de nuestro ritmo y haciéndonos cargo de él, pasamos del Mindlessness al Mindfulness.