Hablamos y hablamos de celos, de estar celos@s. Dejamos de hacer cosas cuando este sentimiento aparece, pedimos a nuestras parejas que sean ellas las que dejen de hacer cosas, bebemos, fumamos, comemos, ligoteamos con otr@s, nos vemos pelis de acción, nos enfadamos… cuando sentimos celos. Para evitarlos, que se vayan. Basta, quiero dejar de sufrir.
Pero… ¿de qué hablamos cuando lo hacemos de celos?
1. En realidad esta palabra es un muro tras el cual se encuentran dificultades diversas como miedo al abandono, inseguridad, sentimientos de inferiodidad o ____ (pregúntate a qué responden tus celos y pon el espacio lo que te venga). Identificar a con qué conectan es el primer paso para comenzar a manejar el malestar que pueden generarte.
2. Los celos tienen que ver con nuestra historia biográfica, estilos de apego, características psicológicas y condicionamientos culturales. ¿Condicionamientos culturales? Pues sí. Uno de los mitos más extendidos en torno al amor es que “Si una persona te cela es que te quiere de verdad”. Esto ha hecho mucho daño al establecimiento de vínculos afectivos sanos, al enlazar necesidad de posesión con amor. ¿Realmente el amor es eso? Los celos NO son románticos.
3. No somos celos@s, sino que hay ocasiones en las cuales no sentimos celos@s. No hagas de esto que te pasa una identidad.
4. Utiliza los celos como una señal de alerta, pero sin proyectar tus miedos en tu pareja. Busca dentro de ti. De esta manera podrás ahondar en cómo gestionarlos mejor. Si valoras que no puedes sol@ aprovecha para pedir ayuda. Puedes apuntarte a un taller, comenzar psicoterapia, realizar prácticas de meditación, hacer deporte… Cuídate.
5. Habla con tu pareja de cómo te sientes. No desde su culpabilización, sino de una manera productiva. Pídele ayuda, se honest@ y étic@. Podéis crear pactos para ayudaros a la hora de vivir estas experiencias de una manera menos dañina.
6. Y recuerda: “Los celos te pueden llevar a los lugares en los que más necesitas curarte.” Deborah Anapol. Love without Limits.
Artículo escrito por Ana Moyano, psicóloga del equipo del Centro de Psicología NB