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Todos pertenecemos a una familia, venimos de lo que llamamos nuestra familia de origen (compuesta por nuestros padres, hermanos, abuelos…), y es probable que muchos de vosotros además hayáis conformado vuestra nueva familia (compuesta en muchos casos por pareja, hijos o hasta nietos)

Vemos cómo a la vez podemos formar parte de dos familias distintas, y en cada una ocupamos un lugar. Por ejemplo, en la familia de origen podemos ser HIJA y en la construida podemos ser MADRE.

Esta idea ya indica cómo con el tiempo las familias varían, van atravesando etapas y se van exponiendo a cambios. En la mayor parte de las ocasiones, nos defendemos bien ante ellos. Tenemos una enorme capacidad de adaptación, como nos ha recordado exponernos a una pandemia y sus efectos.

Pero no siempre ocurre así. Hay casos en que la familia se resiente y sufren sus miembros.

Hoy me gustaría compartiros y haceros reflexionar sobre estas etapas por las que pasa una familia. Por supuesto, no son etapas que sí o sí deban darse en todos los casos. Hay familias con configuraciones muy diversas donde tener o no hijos es una decisión, respetable y válida. Sin embargo, para simplificar la presentación de las etapas de una familia, me apoyaré en una familia nuclear tradicional. Y voy a hacerlo a través de esta metáfora:

Imaginad una isla. Hay habitantes de todo tipo, pero nos vamos a fijar en dos. Parece que se atraen, quieren pasar mucho tiempo juntos, conocerse, hablan de planes de futuro… ¿Me entendéis verdad?

Es la isla de la prima etapa de la familia, de la conformación de la pareja. Estos dos habitantes tienen una tarea tras elegirse. Comprometerse con la relación y construir una nueva familia. Para ello tendrán que tomar distancia de sus respectivas familias y con gran probabilidad convivir juntos. Así, compran un ticket que les monta en un barco y les lleva a una nueva isla.

El trayecto es atractivo, estimulante, pero también, no vamos a negarlo, tormentoso a ratos. Deberán aprender a negociar, tolerar sus diferencias… Pero si predominan los acuerdos, puede que elijan hacer escala en la isla siguiente.

La siguiente etapa de la familia será la isla del nacimiento del primer hijo. Tendrán que comprar ticket para un miembro más. La travesía está llena de proyectos, de ternura, de aprendizajes… y de dificultades. La pareja tiene menos tiempo para ellos, deben aprender a distribuirse las tareas, poner límites a sus familias de origen (siendo ya más padres que hijos), acordar un estilo de educación…

Si tras esta crisis, la familia se adapta correctamente, continúa la travesía por la crianza. Este hijo crece y aparece la influencia de la escuela, de sus primeros amigos. Los padres acompañarán estos cambios, equilibrando además el resto de roles, encontrando espacios individuales, de pareja y profesionales.

Nueva escala, nueva etapa para la familia. Ahora que estaban adaptados a estas rutinas, todo se revuelve. Paran en la isla de la pubertad del hijo (o de los hijos). Esta es una escala especialmente delicada. Lo que antes servía no sirve, toca adaptarse o los conflictos se harán insoportables. El adolescente atraviesa una fase de cambios de todo tipo, por lo que necesitan equilibrio alrededor que les de seguridad. Pero esto para los padres no es sencillo. Se sienten cuestionados, desafiados, y todo porque están construyendo su identidad. Es importante que la familia permita que el adolescente adopte esta identidad, le acepten y toleren primeras separaciones. El adolescente querrá pasar tiempo con sus amigos, con sus primeras parejas… y la pareja tendrá, tras un largo periodo, espacios para ellos. A veces surgen conflictos que estaban tapados, y es el momento perfecto para atenderlos.

La travesía continúa. Superada esta fase, estamos ante una familia que ha salido fortalecida, y que está preparada para la siguiente escala. La isla del nido vacío. Los hijos se vuelven adultos y buscan salir del hogar para empezar a construir su propia familia. El barco tiene que prepararse para que un miembro se pueda bajar, sin que por ello se sienta culpable (“les dejo solos, no podrán vivir sin mí”) o incapaz (“no podré salir adelante sin ellos”). Es fundamental que los padres vean a sus hijos como entidades separadas a ellos, y también que puedan llenar su tiempo de otras cosas, ya que la crianza no les requiere la dedicación de antes. No elaborar correctamente esta crisis, puede llevar a depresiones, juegos de manipulación, conflictos sin gestionar que podrían llevar a divorcios… o a la aparición de síntomas. Todo esto serían indicadores de crisis. De hecho, en terapia nos encontramos muchas veces con familias atascadas en esta isla.

Si el resultado es satisfactorio, continúa el viaje, aunque ahora sin los hijos a bordo. La pareja está en un momento vital más maduro. Ya está todo alcanzado, no hay la presión de otras épocas de conseguir un trabajo, ascender, criar… Pueden disfrutar de más tiempo y quizá desarrollen nuevos roles (como el de abuelos).  Todo ello les llevará a la siguiente isla.

La etapa de la jubilación o retiro. Como ya hemos aprendido, todo cambio de etapa nos expone a un nuevo reto. Y en esta ocasión, la pareja tendrá que elaborar varios duelos o pérdidas: han perdido la vida laboral activa, quizá también han perdido o están empezando a perder salud, o puede que hayan fallecido miembros de sus familias respectivas. Tendrán que aprender a sentirse útiles de otras formas, y aprovechar para disfrutar lo que siguen teniendo.

Hasta aquí la metáfora y la presentación de las etapas de ciclo vital familiar. Quiero decirte que ha sido un placer haber compartido contigo este viaje.

Paula López Rodríguez

Psicóloga Sanitaria y docente en NB Psicología

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