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El duelo es el proceso de adaptación normal que sigue a la pérdida de un ser querido, y se produce independientemente de la edad que tengamos. No hay dos duelos iguales así como tampoco hay dos personas iguales, pero en el caso de niños y adolescentes, el proceso tiene características particulares:

  • El niño vive rodeado de actividad, y el duelo no implica gran ruptura (como en los adultos) con esta realidad. Siguen haciendo deberes, acudiendo a cumpleaños, entrenando… y es precisamente el mantenimiento de estas rutinas lo que acorta y facilita la elaboración del proceso de duelo de niños y adolescentes
  • Es responsabilidad del adulto ofrecer al menor un espacio en el que poder expresar, si necesita, lo que siente o piensa sobre el duelo. La manera de expresar es diferente: así como los adultos recurren a las palabras, el niño presenta una expresión más corporal y conductual.
  • Los más pequeños tienen una comprensión limitada de la muerte y no han adquirido aún determinados conceptos asociados (que veremos a continuación)

Ante un fallecimiento, es muy frecuente que en las familias asalten dudas como: “¿Se lo decimos al niño? ¿lo va a entender? ¿y si se traumatiza? ¿es malo que nos vean llorar?...”

Dado que la prioridad de los padres es, en muchos casos, proteger a sus hijos, no es extraño que puedan pensar que evitarles el tema de la muerte es la mejor opción. Pero la realidad es que lejos de ahorrarles sufrimiento, se les está apartando de una experiencia fundamental en nuestras vidas. A esto se le une una serie de problemas añadidos:

  1. Callar o dar explicaciones erróneas les genera confusión y por tanto adquieren una idea equivocada de la muerte. En muchas ocasiones, no es necesario que suceda un fallecimiento alrededor del menor, ya que el propio desarrollo evolutivo les hace cuestionarse estos temas, sentir curiosidad… Es importante que puedan elaborar su concepto de muerte y que esté ligado a lo que realmente es.
  2. Pueden sentirse excluidos de tal experiencia familiar (y de los rituales de despedida) y engañados al conocer más adelante la realidad, tan diferente en ocasiones de las explicaciones que se les dio inicialmente.
  3. Evitarles el sufrimiento de la noticia les impide también aprender habilidades necesarias para afrontar los contratiempos que la vida les irá poniendo (y no siempre estarán sus padres para protegerles de ellos)
  4. Si los niños perciben angustia alrededor y resistencias al intentar preguntar por ello pueden pensar: “Papá pone mala cara si pregunto, será que es algo muy malo”. En resumen, en lugar de evitar sufrimiento, se llega a generar el efecto contrario.

Ya que conocemos la importancia y utilidad de comunicar fallecimientos a los menores…

QUIÉN: El niño escuchará esta noticia preferiblemente de sus padres, o en cualquier caso de una persona muy querida y cercana a él. Además, es importante que la persona elegida se vea capaz de comunicar la información de manera triste pero no desbordante, para no asustar.

CUÁNDO: Lo antes posible. Esperar puede dejarles fuera de rituales y complicar el manejo de situaciones posteriores. No hay consenso sobre si los niños deben o no participar en dichos homenajes. En cualquier caso, si lo hacen, les explicaremos previamente en qué consisten, que no son obligatorios y que no pasa nada si prefieren no acudir. Respecto a los adolescentes, puede ser para ellos más triste sentirse apartados de la familia (en un momento en que el sentimiento de pertenencia es tan importante) que la tristeza propia del ritual.

DÓNDE: Se optará por un lugar íntimo, libre de interrupciones, donde el niño se sienta cómodo para expresar sus emociones e inquietudes.

CÓMO: Empezaremos por la información esencial e iremos añadiendo detalles a medida que el niño exprese sus dudas.

  • Se le dirá la verdad, por dura que sea, pero adaptándola a su desarrollo cognitivo. No hay que temer usar las palabras muerte/muerto, ya que es lo adecuado en estos momentos.
  • Le insistiremos en que él no es responsable. El pensamiento mágico de la etapa infantil les lleva a creer que las cosas pasan por lo que ellos hacen.
  • Garantizaremos su seguridad, que no se quedarán solos ni desprotegidos, que sufrirán el menor número posible de cambios…
  • Se le dirá que la persona que ha muerto no va a ser olvidada ni reemplazada. Ayuda para ello hablar de ella, de cómo nos sentimos, de lo que nos gustaba hacer juntos…
  • Les explicaremos la importancia de que expresen lo que sienten. No tienen por qué ocultar sus emociones, avergonzarse, temer preocuparnos o fingir que no ha pasado nada.
  • Procuraremos que adquieran una idea correcta de la muerte y sus implicaciones, informándoles de aspectos que no tienen por qué tener asumidos:
    • Irreversibilidad: los niños suelen ver la muerte como un viaje o un “sueño” más largo de lo normal. Por ello, es necesario hablar expresamente de que la persona ha muerto y no la vamos a volver a ver. Así reducimos también su incertidumbre asociada al momento de vuelta del fallecido, las fantasías asociadas, la frustración de por qué no les ha llevado con ellos…
    • Universalidad: el niño debe saber que todos morimos, pero al transmitir esta idea cuidaremos que no asuman que ocurrirá inmediatamente. Por ello, y sobre todo con los más pequeños, podemos introducirles el concepto de muerte, pero retrasando su implicación para momentos evolutivos en que estén más preparados (ej. “Lo normal es que yo muera cuando tú seas mayor y puedas cuidarte solito…”)
    • Cese de la función: el pensamiento concreto del niño le hace creer que el “cuerpo muerto sigue funcionando” y por tanto ve, escucha, respira… Esto les puede llevar a esperar respuestas o a temer sentirse observados. Por tanto, es nuestra labor decirles que cuando las personas mueren, dejan de oír, hablar, respirar, su corazón no late… aunque pueden seguir vivas en nuestros recuerdos. (ej. “La abuelita ya no está y no podrá venir a hacerte galletas, pero puedes acordarte del sabor que tenían y las veces que le ayudaste a prepararlas”)
    • Hay una causa: aclararles que la muerte se ha producido por una causa física (sin entrar en detalles morbosos e innecesarios) evita que puedan sentirse responsables de ello.

Paula López Rodríguez

Psicóloga del equipo NB Psicología.

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