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En sus primeros años de vida, el ser humano es absolutamente dependiente de sus cuidadores. Durante este tiempo registramos un montón de información acerca de lo que podemos expresar, sentir y hacer sin perder el amor de nuestros cuidadores, de los cuales dependemos para sobrevivir.

No es extraño pensar entonces que en estos primeros años de vida solo seremos amados, y por tanto sobreviviremos, si logramos ajustarnos a la imagen que nuestros padres tienen de lo que es perfecto. El niño recibe unos mensajes  que le indican lo que se espera de él; estos mensajes son verbales y no verbales, generalmente los que más repercuten son los no verbales: actitudes, gestos, muecas…todos estos mensajes son percibidos de forma inconsciente por el niño.

El dolor de que no se vean reconocidos, cuidados y amados por lo que realmente son les obliga a desarrollar conductas para defenderse. El ego infantil escoge identificarse con un “falso yo” para agradar a sus padres a fin de conseguir atención, por lo tanto rechazan a su verdadero yo (o niño interior) garantizando la supervivencia.

Los padres que tuvieron que identificarse con este “falso yo” y que no han podido identificar a su “verdadero yo” tienden a buscar aquello que sus propios padres no pudieron darles, es decir, el reconocimiento y admiración por ser como son, sin juicios de valor. Esta necesidad trata de satisfacerse por otras vías y los propios hijos resultan ser las víctimas perfectas para ello, ya que al depender completamente de sus padres harán todo lo posible por adaptarse a ellos y a sus necesidades. Los padres encuentran en el “falso yo” del hijo la aprobación que siempre han buscado, obligándoles a vivir a su sombra. Esto no significa que los padres no quieran a sus hijos, ni que esto sea un impedimento para el desarrollo de sus capacidades intelectuales, pero sí obstaculiza el desarrollo de una vida emocional auténtica.  En definitiva,  se podría resumir en que estos padres están más centrados en sus necesidades que en las de sus hijos.

Una consecuencia importante de esto es la imposibilidad del niño de vivir de forma consciente ciertos sentimientos propios (enfado, tristeza, ansiedad…), pues solo se pueden experimentar si se tiene al lado a una persona que los acepta, comprenda y apoye. La  personalidad comienza a disgregarse creando distintas subpersonalidades, todas relacionadas entre sí, pero muchas de ellas rechazadas por nuestros padres y, por tanto, inconscientemente por sus hijos también. Al final, el niño termina mostrando lo que se espera de él y se fusiona tanto con lo que muestra que no puede desarrollar ni diferenciar su auténtico yo, es incapaz de vivirlo, generando a larga una sensación de vacío e inutilidad en su etapa adulta.

Muchos niños se sacrifican por las necesidades de sus padres, “matan su personalidad” tratando de contentar o de satisfacer expectativas que éstos o la sociedad tienen de ellos. Como sugiere Jung, en lugar de vivir su propia vida, viven la “vida no vivida” de sus padres sin tener la menor conciencia de ello.  Es aquí donde los más pequeños empiezan a manifestar síntomas: fobias, conductas disruptivas, dificultades de atención, etc.

Desde la teoría del guion de vida del Análisis Transaccional se seguiría el siguiente proceso:

  1. a) El niño recibe unos mensajes que le indican lo que se espera de él. Además, el niño tiene unas experiencias que le indican lo que él puede esperar; y todo esto le provoca unos sentimientos que tendrá permitido sentir o no.
  2. b) Con todo lo anterior, toma una decisión sobre sí mismo, sobre los demás y sobre lo que hará.
  3. c) La decisión da lugar al mito, que es lo que él se cree que es. (Cariñoso, bueno, malo, listo). La combinación del mito con lo que se piensa de los demás da lugar a una posición existencial que se vincula a la decisión.
  4. d) La persona realiza un comportamiento que concuerda con su mito, es decir, se comporta de tal manera para que se confirme el mito, lo que a su vez hace más probable que se repita ese comportamiento.
  5. e) La repetición de ese comportamiento tiene unas consecuencias que acercan al individuo a un tipo de final de manera impotente, este final coincide con aquellos mensajes que le inculcaron y con aquella idea que se formó de sí mismo.

Los mandatos son estos mensajes no verbales que se imponen, son inconscientes y si se decide seguirlos, producen una auto-limitación en algún área de la personalidad o de la relación. Cuanto más temprano se recibe un mandato, más auto limitador suele ser. Los más destacados son:

 

  • NO SEAS (no existas, no cuentes, no vivas, no atiendas tus necesidades)
  • NO SEAS TÚ ( No seas de tu género, no seas como tú eres)
  • NO SEAS NIÑO/A ( No te diviertas, no disfrutes)
  • NO CREZCAS ( No me dejes, no seas sexy, no cambies)
  • NO LO HAGAS (No lo logres aunque te esfuerces mucho, nunca llegarás)
  • NO ( No hagas nada)
  • NO SEAS IMPORTANTE (No triunfes, no destaques, no satisfagas tus deseos)
  • NO TE ACERQUES (ni física ni emocionalmente, no confíes…)
  • NO PERTENEZCAS ( No seas como los demás, no seas de los nuestros)
  • NO ESTÉS BIEN (No seas sano, no estés contento)
  • NO PIENSES (No pienses en x, no reflexiones, no preveas, no recuerdes…)
  • NO SIENTAS (No sientas x, no muestres lo que sientes aunque lo sientas…)

 

Los mandatos nos llevan a tomar, de manera inconsciente determinadas decisiones para cumplir con  las expectativas. Estas decisiones son denominadas impulsores. Los cinco impulsores, a través de los cuales tratamos de satisfacer los mandatos que hemos interiorizado son:

  • COMPLACER: Anteponer las necesidades de los demás a las nuestras. En el fondo, la persona busca recibir amor a través de su actitud complaciente, así como evitar ser abandonada.
  • Ser PERFECTO: Evitar a toda costa cometer errores. Esta decisión se traduce en dificultades para delegar trabajo, angustia ante la posibilidad de que algo no salga como se esperaba, etc.
  • AGUANTAR: Esforzarnos constantemente sin alcanzar nunca nuestros objetivos.
  • SER FUERTE: No sentir ni expresar vulnerabilidad.
  • DARSE PRISA: No darnos permiso para descansar y/o hacer las cosas a nuestro ritmo. No disfrutar del camino

 

Cuando nuestros pequeños asumen este guion, todas sus necesidades y partes de la personalidad que no son coherentes con lo que se espera de ellos quedan reprimidas, enterradas, pero no pueden desaparecer porque las necesidades forman parte de nosotros mismos. Cuanto más se reprimen o se tratan de ocultar, mayor es la probabilidad de que aparezca en forma de síntoma, estos síntomas pueden ir transformándose a lo largo de la vida según las diferentes etapas vitales.

Por tanto, todos estos mandatos que proceden de nuestras carencias infantiles no son más que una pesada carga para nuestros pequeños de la que resulta muy difícil liberarse.  Los niños no deben adaptarse a nosotros, no nos pertenecen, no son nuestros, tenemos el derecho y la obligación de protegerles, de criarles, de enseñarles, de acompañarles en el proceso de ser personas individuales con sus propios esquemas de pensamiento,  los adultos tan solo somos el medio a través del cual vienen al mundo.

Como dice María Montessori en The Child in the Family, “Ningún esclavo fue tanto propiedad de su dueño como ocurre en el caso del niño”. Nuestra sociedad considera que los hijos son propiedad de sus padres, estos tienen un poder enorme y los niños  pocos medios eficaces con los que poder defenderse de ello.

Nadie disfrutó de una infancia perfecta,  todos cargamos con asuntos inconscientes de nuestra historia familiar que aún no han sido resueltos, todos somos víctimas en mayor o menor medida de los mandatos que nos han impuesto y de querer ajustarnos a lo que nuestros padres esperan de nosotros.  Sin embargo, resolver esto depende de nosotros mismos, no de nuestros hijos, debemos responsabilizarnos.

Artículo escrito por Ana Rosa Suárez, psicóloga del equipo NB Psicología

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