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El concepto “dieta” hace referencia a un patrón alimentario más o menos estable que se mantiene a lo largo de la vida. Esta ha de ser equilibrada, variada y suficiente. Una alimentación equilibrada quiere decir que las proporciones de los grupos alimenticios serán armoniosas en su conjunto, es  decir, responderán a las necesidades nutricionales del organismo. “Variada” hace referencia al consumo de los distintos grupos de alimentos y por último, el concepto “suficiente” indica que las cantidades de comida deben ajustarse a las necesidades calóricas de cada individuo, evitando así caer en la deficiencia o por el contrario en el exceso.

La dieta se compone del conjunto de alimentos que acostumbramos a comer, es el resultado de nuestros hábitos alimentarios, los cuales están influenciados por factores socioeconómicos, culturales, geográficos o nutricionales. La dieta condiciona el propio estado nutricional y, por ende, el estado de salud (Varela et al., 2003).

Existen una serie de dietas que incumplen las características mencionadas y que sin embargo, se pautan y se siguen con fines médicos o de salud. Un ejemplo de ello son las dietas propuestas para personas que sufren celiaquía, diabetes, obesidad, desnutrición, intolerancias alimenticias, alergias u otras complicaciones metabólicas u orgánicas. En la mayor parte de estos casos, la dieta está recomendada y supervisada por profesionales médicos y dietistas-nutricionistas cualificados. Asimismo existe la posibilidad de que se sigan determinadas dietas de acuerdo a cuestiones culturales e ideológicas, como ocurre con algunas religiones, personas vegetarianas y otros colectivos. Ambos grupos (aquellos que siguen dietas por razones médicas y culturales o ideológicas) quedan fuera del rango de estudio de esta revisión, la cual se centra principalmente en la población que realiza dietas por motivos estéticos sin tener en cuenta los riesgos de las mismas sobre la salud.

La mayor parte de las dietas comúnmente extendidas que se suelen iniciar responden a un carácter “mágico” o “milagroso”.  Hipocalóricas, disociativas, excluyentes o monoalimenticias… todas ellas comparten problemáticas como la disminución excesiva del aporte calórico, la falta de todos los nutrientes esenciales para el organismo y resultan acusadamente monótonas. Ninguna cuenta con una base científica sólida, aunque sí con muchas opiniones en contra pues, no sólo fomentan hábitos alimentarios no saludables, sino que además se ha demostrado su acusado fracaso en el mantenimiento de la pérdida de peso al retomar la dieta habitual, provocando así un “efecto rebote” con las consecuencias propias del mismo sobre el organismo y la salud. El seguimiento de “dietas milagro” no logra modificar los hábitos insanos, que es en muchos casos la problemática presente; además, existe un semi-vacío legal entorno a ellas (Moreiras et al., 2009).

Es frecuente que este tipo de “dietas mágicas” compartan una disminución de la ingesta energética inferior a las cantidades saludables o recomendadas. Si además, como es habitual, no se realiza un seguimiento médico, esta práctica puede desencadenar graves problemas de salud (Sánchez-Carracedo, López-Guimerà, Asens & Fauquet, 2008; citado en Cruz-Sáez, Salaberria, Rodríguez & Echeburúa, 2013). Atendiendo a ello, cabe preguntarse qué puede empujar a una persona a iniciar estos patrones alimentarios restrictivos.

La conducta alimentaria está influenciada por variables sociales, culturales, psicológicas, conductuales, biológicas y emocionales (Santacoloma & Quiroga, 2009). Sin embargo, el acusado temor a la ganancia de peso, la insatisfacción corporal y un IMC mayor han demostrado ser las variables que mejor predicen el comienzo de una dieta restrictiva (Cruz-Sáez et al. 2013). Otras razones que han resultado objeto de interés son las siguientes expectativas:

  • Alcanzar un ideal estético

 

Actualmente el ideal estético responde a una estructura física extremadamente delgada, el cual se impone en nuestra sociedad y se representa en las expectativas de la misma (Polivy & Herman, 1987). La exposición constante a este “ideal de belleza” y el elevado número de anuncios sobre dietas y productos “milagro” juegan un papel importante en el inicio de conductas restrictivas para perder peso (López-Guimerà, 2009).

  • Pérdida de peso rápida y sin esfuerzo

 

El seguimiento de dietas restrictivas es la práctica más aceptada en ambos sexos con el objetivo de obtener una pérdida de peso debido su sencillez y corta duración (Vázquez et al., 2002; citado en Cruz, Ávila, Cortés, Vázquez & Mancilla, 2008). Las dietas “milagro” prometen perder peso y alcanzar la figura ideal de manera rápida y fácil (López-Guimerà, 2009).

  • Mejora de la propia imagen corporal

 

Rosen (1992) señala que “la imagen corporal es la manera en que uno percibe, imagina, siente y actúa respecto a su propio cuerpo”. Siguiendo esta definición, un gran número de personas que inician el seguimiento de una dieta esperan verse y sentirse mejor física, psicológica y socialmente. En caso de que consigan seguir la dieta en cuestión, sienten un mayor atractivo y actúan con más seguridad tras la consecución de la restricción alimentaria (Acosta & Gómez, 2003; Rossiter, Wilson & Goldstein, 1989).

  • Incremento de la propia autoestima

 

Cuando una persona se identifica con el patrón de belleza imperante resulta en un sentimiento de inclusión social, la persona se siente reconocida, aceptada y compartida. Este hecho da lugar a un aumento de la propia valía y de la autoestima, mientras que aquellos que no comparten un determinado ideal estético suelen presentar baja autoestima (Santacoloma & Quiroga, 2009).

Escrito por Rocío Hernández psicóloga del equipo NB

 

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