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Hoy me gustaría contarte un cuento. Una historia que, no porque sea ficticia, deja de ser menos cierta. Son muchas las chicas que sienten tal y como lo hace la protagonista de este breve relato.

Nuestra princesa vivió junto a su mamá, su hermano y su padre una infancia feliz; aprendiendo que si mamá y ella estaban de acuerdo, todo estaba bien, todo era perfecto y ella no tenía por qué preocuparse. Sin embargo, los nervios crecían dentro de ella cada día que pasaba… ¿cómo acertar siempre con lo que mamá quiere, con lo que mamá espera de mí? Un día, a la edad de ocho años, le preguntó a su madre qué esperaba de ella… No obtuvo respuesta.

Poco a poco se fue interesando más en salir con chicas de su edad. Se sentía con ellas como antes se había sentido con su madre, como si sus amigas y ella fueran una. Compartían gustos y estaban de acuerdo en todo. De repente, un día, sus amigas no pudieron quedar con ella, ni tampoco al otro, ni al otro… Un día las vio pasar por la calle junto a dos chicos. De repente, el tiempo se detuvo y comprendió: Había sido reemplazada, ya no era la prioridad para Marta y Aurora. ¡Le habían abandonado! Aquí comenzó un largo tiempo de oscuridad. Fueron largos años de soledad e incomprensión. De sentirse un bicho raro. De no compartir su secreto con nadie, de no confiar en nadie, de alejarse de todo el mundo.

Un día, conoció a alguien que podía ser distinto, que le hacía sentirse comprendida, entendida, completa. Aquella sensación ya la había sentido antes, en aquellos tiempos en los que Marta, Aurora y ella eran una piña. Pero le sonaba de algo más,… ¡exacto! La primera vez que se había sentido genuinamente así, había sido con mamá. Con ella todo, absolutamente todo, estaba bien. Estaba controlado.

La relación con aquel chico maravilloso avanzó y, de repente, un día sintió que todo era distinto, era… gris. Un miedo intenso se apoderó de ella, recorriéndole todo el cuerpo. Desde que lo conoció se había esforzado por estar de acuerdo con Pedro, pero esto era demasiado. Seguro que le abandonaría cuando ella le dijera que no. ¡No podría soportarlo!,…, ¿o sí? Al fin y al cabo siempre se ha sentido sola. Incuso en las relaciones más cómplices e intensas. Siempre ha tenido la sensación de haber estado viviendo las ilusiones y proyectos de los otros…

Escrito por Jose María Cortés  psicólogo del equipo NB.

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